20.8.2023
POR AGUSTIN ROMERO
Detrás de una pared, del otro lado de la avenida, está el cementerio. Se ve a través de los vidrios del bar, nada menos que del mítico bar Rodney. Se ven los autos que pasan, la gente, las facturas de servicios sobre el piso, la mesa iluminada por la luz que entra por la ventana. El espacio está vacío, pero la atmósfera ya se instaló, lo abarca todo, y la frontera entre ficción y realidad es difusa. Se dice que una película – ¿no es también eso lo que vamos a ver? – inicia, en general, con una metáfora de lo que será su tema, y esta situación inicial, observar el espacio durante un largo rato, parece seguir esa dirección. Los rastros de una intimidad y el silencio que deja la muerte de alguien que queremos.
Cuando los dos hermanos entran al bar, a escena ya entraron antes, nos damos cuenta casi de inmediato que su papá murió, que el bar era de él, que hay muchas deudas (<>) y que Miguel (Federico Liss) trae a su hermano Laureano (David Rubinstein) para calmarlo, porque acaba de hacer un escándalo en el velorio. Se cuentan los efectos, tiró una corona de flores, pero no las causas, si fue por un arrebato de emocionalidad pura, o por esa fragilidad enfermiza, infantil, que ya se puede ver en su comportamiento y en el modo de hablar. Porque si Miguel grita, exaltado, y repite, una y otra vez, las mismas palabras, Laureano tiene una voz suave, débil, un balbuceo, una sonoridad extraña, a veces cómica, a veces demasiado triste. Y es en esos modos de hablar donde se ven las posiciones de los personajes, el lugar que ocupan en esa relación de poder.
Están exaltados y la música de su lengua es extraña. Son, al parecer, gitanos. Y son hombres. No pueden, no saben cómo gestionar un duelo. Gritan, discuten, se enojan, como si el enojo fuera un dique de contención para el dolor. Si yo comí eso y me dejó como si tuviera algo vivo dentro, dice Miguel. Eso vivo que corre dentro de él como un río, eso que no es capaz de nombrar.
De la mejor manera no es una obra en la que prevalezca el encadenamiento de grandes acciones, sino una atmósfera, un clima que, a medida que la obra avanza, adquiere cada vez mayor espesor. Una pieza teatral de gran intimidad a la que uno asiste como un voyeur. Dos hermanos que enfrentan la muerte de su padre. La extrañeza, el asombro. La insuficiencia del lenguaje para nombrar el dolor. ¿La incapacidad del lenguaje o los valores de la masculinidad? No importa que sean hermanos o amigos, la masculinidad construyó códigos demasiado sólidos. La competencia, la fidelidad que los hombres parecen deberse entre sí, acercándola a veces a la demanda erótica/amorosa, la expresión de las emociones como un gesto débil. Posiciones que transgreden cualquier lazo afectivo.
Un valor que no tiembla es un valor muerto, dice Gastón Bachelard. Si asistimos a ese temblor es cuando ellos se abrazan. Un gesto que podría ser mínimo, pero que por su duración subvierte el orden de las cosas, porque en el abrazo entre esos dos hombres está contenido el amor y el erotismo.
Hay una frase que Miguel repite a lo largo de la obra. Una pregunta a la que vuelve cada cierto tiempo, como si en esa reiteración pudiese encontrar una respuesta. ¿Qué pasó? Cómo puede ser que alguien que hace un rato estaba acá, conmigo, de golpe no esté más. Cómo puede ser que aquello que nos dio la existencia, haya desaparecido. ¿Qué pasó? La ausencia repentina, la brusca demolición. La voz que se extingue y solo queda el eco de algunas palabras, una estela, un paisaje. Si hace un momento estaba ahí, como siempre. Si había ido a comer, si pidió postre. Como siempre.
Es doloroso esto de cargar a los muertos, dice Enrique Wernicke. Hay momentos en que quisiera verlo tendido en la tierra y pensar que me escucha para poder contarle todo lo que no le conté cuando vivía. Los hombres deberían hablarse para siempre.
Ficha técnico artística
Autoría: Jorge Eiro, Federico Liss, David Rubinstein
Actúan: Federico Liss, David Rubinstein
Vestuario: Manuela Sánchez Almeyra
Iluminación: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Ana Clara Barboza
Producción: Zoilo Garcés
Dirección: Jorge Eiro, Federico Liss, David Rubinstein
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