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La malnutrición afecta a más del 50% de menores en los barrios populares de CABA

14.02.2023

Además, 9 de cada 10 familias temen no poder seguir alimentándose por falta de recursos. Los datos surgen de un estudio realizado por la Universidad Popular Barrios de Pie, que se presenta este miércoles 15 de febrero, a las 18, en la Legislatura porteña, ubicada en Perú al 100 de la Ciudad de Buenos Aires. A su vez, el 58% de los consultados dijo que tuvo que achicar las porciones de lxs adultxs, el 45% tuvo que hacerlo también con sus niñeces; y el 49% afirmó que al menos un adulto dejó de realizar alguna de las comidas diarias, y en 1 de cada 3 hogares esta situación alcanzó también a las infancias.

El relevamiento se realizó en diez barrios populares porteños -Barracas, Bajo Flores, Cildañez, Fraga, Villa Soldati, Villa Lugano, Ciudad Oculta, Pirelli, Retiro y Piedra Buena-, entre agosto y septiembre de 2022, y relevó a 179 familias y 1752 chicos y chicas de la Ciudad de Buenos Aires que concurrieron a distintos espacios comunitarios.
Respecto a la situación nutricional de niñeces y adolescencias, la investigación reveló que la malnutrición afecta al 54,6%, es decir que 1 de cada 2 niños, niñas y adolescentes de los barrios populares de la ciudad más rica del país sufre este flagelo. El índice aumenta al 61% entre los 6 y los 10 años.
Además, el estudio revela que 9 de cada 10 familias temen en poco tiempo no poder alimentarse por falta de recursos. Mientras 58% dijo que tuvo que achicar las porciones de lxs adultxs, el 45% tuvo que hacerlo también con sus niñeces. El 49% afirmó que al menos un adulto dejó de realizar alguna de las comidas diarias y en 1 de cada 3 hogares esta situación alcanzó también a las infancias.
Sólo el 12% de las familias come carnes o huevo una vez al día y 1 de cada 5 familias sólo consume carnes con alto contenido graso y bajo en proteínas; así, el aporte proteico es bajo y con grandes proporciones de grasas saturadas. El consumo diario de verduras alcanza sólo al 12,8% de las familias, mientras que el 20,1% las come 1 vez a la semana o menos; respecto a las frutas, es diario en el 21,2% de los casos, mientras que el 12,8% las consume 1 o menos veces a la semana. Y lácteos, sólo el 20,6% los consume diariamente. Consultadas sobre variaciones en el consumo de estos alimentos durante el último año, 60,9% de las familias respondió haber tenido que disminuir el de carne; el 51,4% el de frutas; el 48,6% la ingesta de frutas y el 51,4%, los lácteos.
La presentación del estudio estará a cargo de la legisladora y presidenta de la Comisión de Políticas de Promoción e Integración Social, Laura Velasco, quien expresó: “En este contexto, el gobierno de Rodríguez Larreta aprobó un presupuesto para el 2023 de 2 billones de pesos pero con fuertes recortes en materia de asistencia alimentaria, ajustando por quienes más necesitan del acompañamiento del Estado. Nos preocupa muchísimo las consecuencias en materia de seguridad alimentaria en nuestros barrios populares, sobre todo en niños, niñas y adolescentes, porque afecta de manera directa su crecimiento, desarrollo y su salud integral (…). Hoy, uno de los sectores más concentrados de nuestra economía, como es el de los alimentos, le vuelve a sacar el pan de la boca a los y las que menos tienen. Por eso las redes de cuidado y solidaridad en los barrios, a través del trabajo de las organizaciones sociales que tienen presencia en los territorios, se vuelve fundamental para garantizar el acceso a derechos básicos como la alimentación y la salud de miles de niños, niñas y adolescentes”.
“La falta de estadísticas acerca de la situación nutricional de las niñeces y adolescencias más humildes impide generar políticas públicas efectivas y eficaces para abordar la situación. Por eso desde las organizaciones sociales nos pusimos al hombro esta tarea a fin de contar con información confiable para interpelar y poner en discusión estrategias en articulación con el Estado que nos permitan revertir la situación”, completó Velasco.

La ola de calor no pega igual en Puerto Madero que en la Villa 31

13.02.2023

Por Lucho Aguilar

Este año se cumple una década de una de las olas de calor más trágicas de nuestra historia. El termómetro no da tregua, batiendo récords históricos. El ajuste de Macri y del Frente de Todos le suma más grados a la “pobreza energética”.

Es el tema de conversación en cualquier lugar. En la calle, en el laburo, entre amigos. El calor (“la calor”) no se aguanta más. Y no es una sensación. Según el Servicio Meteorológico Nacional, el último trimestre es el más caluroso desde que comenzó sus registros en 1961. Ya van ocho olas de calor en diez semanas: así se define cuando se dan temperaturas por encima de los máximos habituales durante tres jornadas consecutivas.
La “anomalía” implica que la temperatura está 1,7°C por encima del promedio. Mucho. Desafía cualquiera de las proyecciones que se vienen publicando. Es parte de una crisis mundial: según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), 2022 fue el quinto más caluroso del que se tiene registro.
El panorama se completa con los incendios que crecen en muchas provincias, los cortes que dejan a miles de familias sin energía, la falta de agua que genera protestas, los debates en cada casa si prender todo y endeudarse o “aguantar hasta que afloje”.
Porque todos hablan de la “ola de calor” pero nadie reconoce que el impacto no es para todos igual. Y que el ajuste “echa más leña al fuego” que ya trae el calentamiento global.

Ajustando la temperatura

Este año se cumplen 10 años de una de las olas de calor más trágicas que azotó al país. En 2013, solo en la Ciudad de Buenos Aires murieron 544 personas. Pero superaron los mil fallecimientos si se suman las estadísticas provinciales.
Es que si bien las consecuencias de los fenómenos climáticos están más asociadas a las olas de frío o las inundaciones, las altas temperaturas tienen un efecto devastador.
Un estudio de la revista científica Epidemiology asegura que “el calor nocturno excesivo constituye por sí solo una causa directa de mortalidad, al margen de lo que ocurre el resto del día. Las altas temperaturas nocturnas pueden provocar un estrés térmico prolongado que se ve agravado por el hecho de que nuestro cuerpo no puede descansar adecuadamente durante la noche”. Otros estudios científicos muestran cómo agrava el peligro de enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, respiratorias y renales. En les niñes puede traer complicaciones de crecimiento, en les adolescentes efectos físicos, pero también mentalmente, y en el caso de las personas mayores los riesgos son peores.
Aunque esa situación afecta a toda la población, a algunos los afecta más que otros. La imposibilidad de aclimatar el hogar (o hacerlo a costa de riesgos), la precariedad de las viviendas y servicios, los cortes de agua y luz o el impacto económico de los tarifazos, profundizan los problemas.
En la Argentina hay más de diez millones de personas que sufren “pobreza energética”. Así se define a quienes no tienen acceso a todos los servicios vitales, o que pagarlos afecta sensiblemente la economía familiar. Pero hay 5 millones que están peor: ya forman parte de quienes pasaron a la “indigencia energética”. Los datos son oficiales.
Esos números no “caen del cielo”. Los tarifazos de Macri hicieron que se duplique la pobreza energética en el país, entre 2015 y 2019. Pero la política del Frente de Todos, que no retrotrajo esos aumentos ni hizo grandes obras de infraestructura, hizo que la situación no haya cambiado prácticamente. Sigue tan mal como antes. Los nuevos tarifazos ordenados por el Ministerio de Economía fueron otro “massazo” a los hogares populares.
En ese panorama, la pregunta es obligada es: ¿cuántos grados hicieron este fin de semana en una habitación de la Villa 31 de Retiro, o en los barrios populares de Mendoza? ¿Y cuántos en un departamento de Avenida Libertador, con su sistema de aires acondicionados, ladrillos termoeficientes, generadores de emergencia y ventanales desde donde pueden ver cientos de metros de verde hasta llegar al río?

Un fenómeno mundial, una cuestión de clase

El Banco Mundial, que no se destaca por su sensibilidad social, reconoce que 1100 millones de personas en el mundo enfrentan riesgos de refrigeración. O sea que carecen del acceso a servicios que les permitan tener sus hogares a una temperatura adecuada, pero además afecta las cadenas de frío para medicamentos y alimentos. De ellos, 630 millones viven en ciudades: barrios precarios, villas, asentamientos.
El verano europeo fue un anticipo de lo que estamos viviendo. Solo en la península ibérica (Estado Español y Portugal) se registraron más de 2000 muertes por la ola de calor en junio y julio de 2022.
Como analizaba entonces Irene Olano para La Izquierda Diario desde Madrid, en base a un informe del Instituto de Salud Carlos III, “el estudio muestra que es la baja renta el factor más decisivo en la alta mortalidad durante las olas de calor. Las familias cuyos hogares carecen de climatización, o bien que no pueden utilizarlo por el elevado precio de la electricidad son un ejemplo de cómo el calor puede afectar más a la clase trabajadora y los sectores populares”.
Uno de los casos más impactantes era el de José Antonio González, que falleció por un golpe de calor trabajando en la limpieza municipal. Tenía 60 años y un contrato temporal que lo obligaba a trabajar de 2 a 8 de la tarde a 42º.
En Estados Unidos pasa algo similar. En esta época son las olas de frío. Pero antes fueron las de calor. Según un estudio de Centro para el Control de Enfermedades de ese país, “las temperaturas pueden registrar variaciones de 10 grados en diferentes barrios de la misma ciudad. Quienes viven en esas ’islas de calor’ suelen ser personas con pocos ingresos y comunidades de personas negras que históricamente han disfrutado de menos zonas verdes y viven rodeadas de cemento”. Las estadísticas oficiales reconocen que la tasa de mortalidad por calor son un 50% más altas entre los afroamericanos en comparación con los blancos no hispanos.
“Islas de calor” se llama a los lugares de una ciudad que tienen temperaturas más elevadas que otros. Puede ser por el tipo de construcciones, la presencia o no de parques y espacios verdes u otras cuestiones. Por ejemplo, un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA asegura que en febrero de 2022 hubo diferencias de más de 20 grados entre barrios del norte y del sur de la Ciudad de Buenos Aires. Como sabemos, en el sur están los barrios más populares y casi todas las villas y asentamientos porteños
En Argentina el 80 % de los hogares de barrios populares sufren pobreza energética. Así lo refleja una investigación de la socióloga Florencia Partenio, publicada por la Cepal. Además, demuestra que las mujeres, encargadas de las tareas de cuidado y el hogar, son las más afectadas. Es el caso de barrios como la 31 y la Villa 21-24 en la Ciudad de Buenos Aires, donde distintas organizaciones sociales denuncian el riesgo eléctrico, la falta de agua y de acceso a los servicios básicos. Lo mismo denuncia la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario: en esa ciudad hay 120 mil personas sin acceso al agua potable y la crisis se profundiza en verano en barrios populares como Fisherton Sur, Toba, etc.
Esa situación también se siente en los lugares de trabajo. Los trabajadores y trabajadoras aeronáuticas que permiten que salgan los vuelos a Miami o Rio de Janeiro cuentan que caminan sobre pistas que elevan 10 grados la temperatura ya existente. En las viñas mendocinas el sol y la tierra caliente destruyen los cuerpos. La lista sería larguísima.

¿Hasta cuándo vamos a aguantar?

Este lunes la lluvia pareció traer un poco de alivio. Pero los medios ya adelantaron que no hay que ilusionarse: seguirán las medidas encima de 30°.
No es cuestión de hacer la “danza de la lluvia”, ni rezar ni “aguantarse que ya pasa”. El calentamiento global y sus consecuencias reflejan cómo el capitalismo destruye al planeta y a quienes lo habitamos. Hasta el absurdo de que los servicios básicos de la población siguen siendo un negocio en manos de empresas privatizadas. Millones son obligados a vivir en condiciones de una precariedad tan insoportable que los empuja a la enfermedad y hasta la muerte. Son verdaderos crímenes sociales.
Hay que unir la bronca y la fuerza de la clase trabajadora que hace funcionar el mundo, el pueblo pobre y la juventud que defiende el planeta para terminar con esta irracionalidad y evitar la barbarie capitalista.

Josefina Cingolani: “Lo sucedido en Cromañón debe servir para hacer memoria y construir presente”

13.2.2023

Por Mariano Nieva

Josefina Cingolani es Doctora en Ciencias Sociales, Licenciada en Sociología, docente y platense. Explicó cómo de su tesis final nació, Trayectorias, itinerarios y disputas en el rock. Construcción juvenil de la cultura y producción cultural de la ciudad (2020), un texto útil para comprender cómo el estigma dirigido en gran parte por los medios de comunicación a una porción muy amplia de la sociedad, impactó negativamente sobre una escena como la del rock barrial y fortaleció paradójicamente a otra, la conocida como Indie. Fundamentalmente como resultado de los cierres de espacios para tocar, las restricciones y las nuevas políticas de férreos controles que se produjeron luego de la tragedia de República de Cromañón, entre otros temas. “Desde siempre a las juventudes, en distintos momentos de la historia, les ha recaído estos procesos de estigmatización y culpabilización. Y en Cromañón sucedió con el público que fue esa noche a ver a Callejeros y que comparten con todas las demás bandas de rock barrial”, razonó.

Comencemos hablando de Trayectorias, itinerarios y disputas en el rock. Construcción juvenil de la cultura y producción cultural de la ciudad (2020), recorte de tu tesis de Doctorado en Sociología que publicaste por Grupo Editor Universitario.
Josefina Cingolani: El libro es una parte de mi tesis de Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde específicamente me concentré en pensar el rock platense y de cómo se configura su circuito, sin dejar de lado cómo es que arribé al mundo rockero en 2004, año en que estaba terminando el colegio secundario y sucede la tragedia de Cromañón. Luego, al surgir la posibilidad de publicarlo, tuve que adecuar el texto escrito en un lenguaje académico a otro un poco más literario, que pudiera leer un público más general.

Leyendo tu trabajo, más allá de la especificidad y la riqueza propia de la investigación, se notaron mucho las emociones que aparecen en el texto ¿Te costó separar lo que te pasaba por dentro mientras duró el proceso de escritura?
J.C.: Es que muchos, todavía, hoy tenemos ese sentimiento: que lo que ocurrió en República de Cromañón nos pudo haber alcanzado a cualquiera de nosotros o de nuestros amigos. Lo tuve desde que comencé la carrera de Sociología hasta terminar el Doctorado de la misma. Sin embargo, y como vos decís, a los investigadores (que cuando vamos a estudiar algo lo hacemos con una hipótesis previa que luego podremos corroborar o no) nos pasan un montón de cosas en el proceso de investigación. Por otra parte, mientras avanzaba con el trabajo, hacia entrevistas y asistía a conciertos, fui conociendo las historias de mucha gente. Y esas experiencias y emociones (que a veces eran también de enojo o frustración) quería compartirlas.

¿Qué cosas eran las que puntualmente te enojaban y frustraban?
J.C.: Al considerarme parte de una escena rockera más vinculada al rock barrial, cuando empecé a ver que sobre esas bandas caía un estigma y una discriminación muy fuerte, me sentí dolida y muy mal. Como bien marcaste antes, ese fue el más difícil ejercicio que tuve que hacer a lo largo de la investigación. Aunque también creo que cuando los sentimientos aparecen, es el modo que tenemos los investigadores de no escapar del compromiso y el interés para con el objeto de estudio. Por otro lado está lo que en Sociología llamamos reflexividad, que es el momento en que nos apartamos un poco y blanqueamos lo que nos está pasando por el cuerpo. Sensaciones que fueron apareciendo y que al identificarlas me han ido ayudando para poder seguir llevando adelante la investigación. Que tuvo por fin el objetivo de darle voz a todos esos músicos que, por infinidad de razones, no se las daban y no tenían donde contar por todo lo que tuvieron que atravesar durante años para poder mostrar su arte. Como el caso de los chicos de Che Payaso, la banda que está en la tapa de mi libro.

El rock platense como identidad

Por otra parte, la escena rockera platense siempre ofreció artistas diversos que tuvieron, con el correr del tiempo, mucha notoriedad. Desde La Cofradía de la Flor Solar y Los Redondos, pasando por Virus, Estelares y continuidad en grupos como Guasones y El Mató a un Policía Motorizado, entre tantos otros.
J.C.: Desde siempre la ciudad de La Plata fue un semillero, pero no sólo de bandas sino también de múltiples expresiones artísticas como la plástica, el cine, el grafiti, la literatura, la danza y el teatro. Aunque claramente la música se destaca por ser el lugar de donde salieron aquellos que conformaron parte de la columna vertebral del rock nacional. Por otra parte, con preguntas como ¿Qué es el rock platense?, ¿Qué lo caracteriza?, ¿Hay algo en el territorio que le otorga un sello particular?, comencé mi Doctorado y empecé a hacer el trabajo de campo que culminaría en mi tesis. Estudiando el período 2013-2018, dominado por una fuerte movida de rock indie en la ciudad, aunque sus inicios se pueden ubicar en 2004, y otras vertientes que me interesaron porque ocupaban lugares más marginales y que son estas bandas a las que se les han puesto esta etiqueta tan polémica, al menos para mí, como la de “rock chabón”. Una expresión más barrial que estaba peleando por volver a tener un espacio que había sido muy importante a fines de los ‘90 y principios del nuevo milenio y que lo ocurrido en Cromañón perjudicó enormemente. No obstante, hay que decir que hoy la escena del rock no solo platense está más diversificada, por eso hay investigadores que están hablando de post indie con sonidos de trap y que incluye cosas más electrónicas.

Esa diversidad y mixtura sonora que marcás es otra característica que, me parece, acompañó desde siempre a las bandas platenses.
J.C.: Es que muchísimas bandas de la ciudad fueron pioneras en empezar a mezclar otros estilos. Por eso los artistas platenses han incorporado a sus repertorios música de otros lados, por ejemplo, de las ciudades a las que viajan todos los años para tocar. Grupos locales que, incluso, se trasladan hasta Uruguay a participar de festivales, trayendo de vuelta melodías de murga y candombe que luego incorporan a sus canciones. Por eso es que el rock, si bien tiene una base instrumental clásica, es un género musical totalmente poroso por donde entran distintas músicas, experiencias y registros.

Un rock nacido en La Plata que le agrega a su personalidad una impronta propia de su geografía. Un casco urbano rodeado de un importante sector rural.
J.C.: Es verdad esto que decís, porque hay un imaginario muy fuerte en mostrar a La Plata sólo como una cuidad rockera de casco urbano que se desarrolla en lugares como Pura Vida o Viejo Varieté. Y si bien esta es una porción posible del trayecto de los rockeros locales, hay también mucho rock en la periferia de la ciudad, que rompe sus fronteras. Por eso, al escribir la tesis quería discutir esta idea de que el joven rockero platense es clase media, profesional, universitario y urbano. Porque hay muchas otras posibilidad de ser joven y rockearla en la ciudad de las diagonales. Como los pibes que viven en las periferias, que laburan y están muy alejados del ambiente académico de la facultad. Que cuentan con sus locaciones y circuitos propios, viajan en tren y en colectivos transportando sus instrumentos desde Olmos, Abasto o ciudades vecinas como Berisso y Ensenada. Por eso me parece muy importante tu observación para ayudar a deconstruir esta idea de primacía que tiene el sector urbano en esta ciudad y que, a veces, implica invisibilizar o marginalizar a la periferia.
“Es que muchos, todavía, hoy tenemos ese sentimiento: que lo que ocurrió en República de Cromañón nos pudo haber alcanzado a cualquiera de nosotros o de nuestros amigos”.

Cromañón nos pasó a todos

Además del espanto por tanta muerte que dejó lo ocurrido en República de Cromañón, se instaló un estigma que cayó sobre el público que asiste a los conciertos de rock barrial que se hizo muy difícil de contrarrestar.
J.C.: Es que desde siempre a las juventudes, en distintos momentos de la historia, les ha recaído estos procesos de estigmatización y culpabilización. Y en Cromañón sucedió con el público que fue esa noche a ver a Callejeros, comparten eso con todas las demás bandas de rock barrial. Con énfasis en las prácticas que hacían esas personas, construyendo una operación que a mí siempre me impactó y es la que si escuchás tal música te comportás de determinada manera, lo que en Sociología llamamos teoría de la homología. Es decir, que si son seguidores de estos grupos no sólo usan pirotecnia, sino que también son violentos, consumen drogas y son capaces de dejar encerrados a sus hijos en los baños mientras dura el concierto. Y como esto último fue desmentido categóricamente en la causa, todas las organizaciones y asociaciones civiles vinculadas a Cromañón lo siguen tratando de desmentir. Mitos que, lamentablemente, desde la prensa se instalaron con mucha fuerza en un gran sector de la sociedad con respecto a los jóvenes, no sólo en la música sino también en otros aspectos de la vida, y que son difíciles de romper.

Esta mirada negativa que se posó sobre quienes se referencian con el despectivamente llamado “rock chabón” fue responsable para que, cada vez que haya un recital de algunas de estas bandas, las autoridades crean que en vez de cuidar al público haya que controlarlo.
J.C.: Estas bandas que uno puede fácilmente agrupar bajo la categoría de rock barrial fueron las primeras censuradas a partir de ese verano de 2004. Con clausuras masivas, reglamentaciones nuevas y controles que hicieron que los que más sufrieran las consecuencias fueran esos pibes que todavía hoy, te diría, son triplemente requisados para entrar a un recital. Porque no me canso de repetir que si vas a ver una banda de rock barrial, a las chicas, por ejemplo, para ingresar nos sacan hasta la hebilla para el pelo. En cambio, si vas a un recital de Babasónicos no te revisan y entrás sin problemas, como debería ser. Me parece que todavía queda un largo recorrido por hacer, sobre todo en políticas culturales y públicas que puedan cambiar esta idea de seguridad y ciudadanía diferencial.

Cuando estalló la guerra de Malvinas, que finalmente va a producir el derrumbe de la última dictadura militar, al prohibirse el rock cantado en inglés se le abrió las puertas a la grabación de discos y a la difusión por los medios masivos de comunicación al rock nacional. Cuando sucede la tragedia de República de Cromañón, los controles y el mencionado estigma que golpearon al rock barrial favorecieron la emergencia de una escena como el indie. El rock y sus constantes paradojas.
J.C.: Ese tiempo bisagra y parte aguas que fue el post Cromañón significó claramente para la escena del rock barrial no poder tocar, incluso desapareciendo bandas por culpa de la inactividad. Por otro lado, estas mismas condiciones políticas y reglamentarias que aparecieron, favorecieron para que siga floreciendo otra escena rockera que ya existía, pero que va a tener su auge luego de la tragedia del boliche de Once: el indie. A su vez, comienza la apertura de centros culturales y lugares más pequeños donde estos grupos van a encontrar la posibilidad de montar sus shows y festivales, ya que convocaban un público no tan numeroso y con otras prácticas, lo que facilitaba la adaptación a este nuevo escenario. De todos modos, no quiero decir que la tuvieron fácil o que esta nueva generación de músicos sacaron una ventaja de la tragedia, sino que los nuevos controles (que incluyó cierres masivos de espacios) llevados a cabo desde distintos organismos del estado le dieron a este movimiento autogestivo un espaldarazo impensado para su desarrollo.

Para terminar ¿Qué te sucede en lo personal cada vez que llega el 30 de diciembre?
J.C.: La verdad, nunca puedo evitar que cada vez que llega el 30 de diciembre me agarre un sentimiento de profunda tristeza recordando muchas de las historias que escuché trabajando en la tesis, de los padres de sobrevivientes y de chicos y chicas que murieron en el incendio. Imágenes muy dolorosas que se me vienen a la cabeza de aquella noche. Por otra parte, este nuevo aniversario que se cumplió fue muy especial, porque después de tanta lucha y sacrificio se pudo conseguir que el boliche donde funcionó República de Cromañón sea recuperado para levantar un espacio para la memoria. Para que un montón de pibes de escuelas primarias y secundarias puedan visitar y saber lo que allí sucedió en 2004 y para que los papás y las mamás que perdieron sus hijos tenga un lugar donde sentirlos más cerca. Por eso, y para que este tipo de tragedias no sucedan nunca más y no cometamos los mismos errores, tenemos que seguir haciendo memoria para poder construir presente.

La ola de calor no pega igual en Puerto Madero que en la Villa 31

13.2.2023

Por Lucho Aguilar

Este año se cumple una década de una de las olas de calor más trágicas de nuestra historia. El termómetro no da tregua, batiendo récords históricos. El ajuste de Macri y del Frente de Todos le suma más grados a la “pobreza energética”.

Es el tema de conversación en cualquier lugar. En la calle, en el laburo, entre amigos. El calor (“la calor”) no se aguanta más. Y no es una sensación. Según el Servicio Meteorológico Nacional, el último trimestre es el más caluroso desde que comenzó sus registros en 1961. Ya van ocho olas de calor en 10 semanas: así se define cuando se dan temperaturas por encima de los máximos habituales durante tres jornadas consecutivas.
La “anomalía” es de 1,7°C por encima del promedio. Mucho. Desafía cualquiera de las proyecciones que se vienen publicando y hacen cálculos por décadas.
El panorama se completa con los incendios que se multiplican en muchas provincias, los cortes que dejan a miles de familias sin energía, la falta de agua que genera protestas, los debates si prender el aire y endeudarse o “aguantar”.
Porque todos hablan de la “ola de calor” pero pocos reconocen que el impacto no es para todos igual. Ni que el ajuste “echa leña al fuego” del calentamiento global.

Ajustando la temperatura

Este año se cumplen 10 años de una de las olas de calor más trágicas que azotó al país. En 2013, solo en la Ciudad de Buenos Aires murieron 544 personas. Pero superaron los mil fallecimientos si se suman las estadísticas provinciales.
Es que si bien las consecuencias de los fenómenos climáticos están más asociadas a las olas de frío o las inundaciones, las altas temperaturas tienen un efecto devastador.
Un estudio de la revista científica Epidemiology asegura que “el calor nocturno excesivo constituye por sí solo una causa directa de mortalidad, al margen de lo que ocurre el resto del día. Las altas temperaturas nocturnas pueden provocar un estrés térmico prolongado que se ve agravado por el hecho de que nuestro cuerpo no puede descansar adecuadamente durante la noche”. Otros estudios científicos muestran cómo agrava el peligro de enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, respiratorias y renales. En les niñes puede traer complicaciones de crecimiento, en les adolescentes efectos físicos pero también mentalmente, y en el caso de las personas mayores los riesgos son peores.
Aunque esa situación afecta a toda la población, a algunos los afecta más que otros. La imposibilidad de calefaccionar el hogar (o hacerlo a costa de riesgos), la precariedad de los hogares y servicios, los cortes de agua y luz o el impacto económico de los tarifazos, profundizan todos los problemas.
¿Cuántos grados hicieron este fin de semana en una habitación de la Villa 31 de Retiro, o en los barrios populares de Mendoza? ¿Y cuántos en un departamento de Avenida Libertador, con su sistema de aires acondicionados, ladrillos termoeficientes, generadores de emergencia y ventanales desde donde pueden ver cientos de metros de verde hasta llegar al río?
En la Argentina hay más de diez millones de personas que sufren “pobreza energética”. Así se define a quienes no tienen acceso a todos los servicios vitales, o que pagarlos afecta sensiblemente la economía familiar. Pero hay 5 millones que están peor: ya forman parte de quienes pasaron a la “indigencia energética”. Los datos son oficiales.
Esos números no “caen del cielo”. Los tarifazos de Macri hicieron que se duplique la pobreza energética en el país, entre 2015 y 2019. Pero la política del Frente de Todos, que no retrotrajo esos aumentos ni hizo grandes obras de infraestructura, hizo que la situación no haya cambiado prácticamente. Sigue tan mal como antes. Los nuevos tarifazos ordenados por el Ministerio de Economía fueron otro “massazo” a los hogares populares.

Un fenómeno mundial, una cuestión de clase

El Banco Mundial, que no se destaca por su sensibilidad social, reconoce que 1100 millones de personas en el mundo enfrentan riesgos de refrigeración. O sea que carecen del acceso a servicios que les permitan tener sus hogares a una temperatura adecuada, pero además afecta las cadenas de frío para medicamentos y alimentos. De ellos, 630 millones viven en ciudades: barrios precarios, villas, asentamientos.
El verano europeo fue un anticipo de lo que estamos viviendo. Solo en la península ibérica (Estado Español y Portugal) se registraron más de 2000 muertes por la ola de calor en junio y julio de 2022.
En base a un informe del Instituto de Salud Carlos III, “el estudio muestra que es la baja renta el factor más decisivo en la alta mortalidad durante las olas de calor. Las familias cuyos hogares carecen de climatización, o bien que no pueden utilizarlo por el elevado precio de la electricidad son un ejemplo de cómo el calor puede afectar más a la clase trabajadora y los sectores populares”.
Uno de los casos más impactantes era el de José Antonio González, que falleció por un golpe de calor trabajando en la limpieza municipal. Tenía 60 años y un contrato temporal que lo obligaba a trabajar de 2 a 8 de la tarde a 42º.
En Estados Unidos pasa algo similar. En esta época son las olas de frío. Pero antes fueron las de calor. Según un estudio de Centro para el Control de Enfermedades de ese país, “las temperaturas pueden registrar variaciones de 10 grados en diferentes barrios de la misma ciudad. Quienes viven en esas ’islas de calor’ suelen ser personas con pocos ingresos y comunidades de personas negras que históricamente han disfrutado de menos zonas verdes y viven rodeadas de cemento”. Las estadísticas oficiales reconocen que la tasa de mortalidad por calor son un 50% más altas entre los afroamericanos en comparación con los blancos no hispanos.
“Islas de calor” se llama a los lugares de una ciudad que tienen temperaturas más elevadas que otros. Puede ser por el tipo de construcciones, la presencia o no de parques y espacios verdes u otras cuestiones. Por ejemplo, un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA asegura que en febrero de 2022 hubo diferencias de más de 20 grados entre barrios del norte y del sur de la Ciudad de Buenos Aires. Como sabemos, en el sur están los barrios más populares y casi todas las villas y asentamientos porteños
En Argentina el 80 % de los hogares de barrios populares sufren pobreza energética. Así lo refleja una investigación de la socióloga Florencia Partenio, publicada por la Cepal. Además demuestra que las mujeres, encargadas de las tareas de cuidado y el hogar, son las más afectadas. Es el caso de barrios como la 31 y la Villa 21-24 en la Ciudad de Buenos Aires, donde distintas organizaciones sociales denuncian el riesgo eléctrico, la falta de agua y de acceso a los servicios básicos. Lo mismo denuncia la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario: en esa ciudad hay 120 mil personas sin acceso al agua potable y la crisis se profundiza en verano en barrios populares como Fisherton Sur, Toba, etc.
Esa situación también se siente en los lugares de trabajo. Los trabajadores y trabajadoras aeronáuticas que permiten que salgan los vuelos a Miami o Rio de Janeiro caminan sobre una pista que eleva 10 grados la temperatura ya existente. En las viñas mendocinas el sol y la tierra caliente destruyen los cuerpos. La lista sería larguísima.

¿Hasta cuándo vamos a aguantar?

Este lunes la lluvia pareció traer un poco de alivio. Pero los medios ya adelantaron que no hay que ilusionarse: seguirán las medidas encima de 30°.
No es cuestión de hacer la “danza de la lluvia”, ni rezar ni “aguantarse que ya pasa”. El calentamiento global y sus consecuencias reflejan cómo el capitalismo destruye al planeta y a quienes lo habitamos. Hasta el absurdo de que los servicios básicos de la población siguen siendo un negocio en manos de empresas privatizadas. Millones son obligados a vivir en condiciones de una precariedad tan insoportable que los empuja a la enfermedad y hasta la muerte. Son verdaderos crímenes sociales.
Hay que unir la bronca y la fuerza de la clase trabajadora que hace funcionar el mundo, el pueblo pobre y la juventud que defiende el planeta para terminar con esta irracionalidad y evitar la barbarie capitalista.

Paro y bloqueo en el puerto de Buenos Aires

9.2.2023

El día miércoles se realizó una medida de lucha de los trabajadores adheridos a AEDA, Asociación de Empleados de Despachantes de Aduana, en coordinación con los trabajadores de la Terminal 5 del puerto, que están peleando por sus puestos de trabajo desde hace dos años.

La jornada del miércoles arrancó con las terminales 4 y 5 del puerto de Buenos Aires bloqueadas, esto se debió a un corte que realizaron los trabajadores adheridos a AEDA, Asociación de Empleados de Despachantes de Aduana, en coordinación con los trabajadores de la Terminal 5 del puerto.
Los trabajadores de AEDA están peleando por la recomposición salarial y blanqueo, denunciaron a este medio que cobran un básico de $81.000 en blanco y otra suma en negro.
Matías Duarte, tesorero de AEDA, aseguraba: “Nosotros estamos discutiendo hace cuatro años un Convenio colectivo de trabajo, nuestro sindicato no tiene convenio y al no tener convenio no tenemos escalafón” y afirmaba “nosotros realizamos tareas de comercio exterior y sin empleados los despachantes de aduana no pueden atender los servicios de las exportaciones e importaciones”.
Por su parte los trabajadores de la Terminal 5 vienen peleando hace dos años para que les devuelvan cargas a dicha terminal y puedan retomar sus tareas.
Al final de la jornada el Ministerio de Trabajo dictó la conciliación obligatoria y las autoridades del Centro de Despachantes de Aduana (CDA) se comprometieron a atender a los trabajadores.

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