La ola de calor no pega igual en Puerto Madero que en la Villa 31
13.02.2023
Por Lucho Aguilar
Este año se cumple una década de una de las olas de calor más trágicas de nuestra historia. El termómetro no da tregua, batiendo récords históricos. El ajuste de Macri y del Frente de Todos le suma más grados a la “pobreza energética”.
Es el tema de conversación en cualquier lugar. En la calle, en el laburo, entre amigos. El calor (“la calor”) no se aguanta más. Y no es una sensación. Según el Servicio Meteorológico Nacional, el último trimestre es el más caluroso desde que comenzó sus registros en 1961. Ya van ocho olas de calor en diez semanas: así se define cuando se dan temperaturas por encima de los máximos habituales durante tres jornadas consecutivas.
La “anomalía” implica que la temperatura está 1,7°C por encima del promedio. Mucho. Desafía cualquiera de las proyecciones que se vienen publicando. Es parte de una crisis mundial: según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), 2022 fue el quinto más caluroso del que se tiene registro.
El panorama se completa con los incendios que crecen en muchas provincias, los cortes que dejan a miles de familias sin energía, la falta de agua que genera protestas, los debates en cada casa si prender todo y endeudarse o “aguantar hasta que afloje”.
Porque todos hablan de la “ola de calor” pero nadie reconoce que el impacto no es para todos igual. Y que el ajuste “echa más leña al fuego” que ya trae el calentamiento global.
Ajustando la temperatura
Este año se cumplen 10 años de una de las olas de calor más trágicas que azotó al país. En 2013, solo en la Ciudad de Buenos Aires murieron 544 personas. Pero superaron los mil fallecimientos si se suman las estadísticas provinciales.
Es que si bien las consecuencias de los fenómenos climáticos están más asociadas a las olas de frío o las inundaciones, las altas temperaturas tienen un efecto devastador.
Un estudio de la revista científica Epidemiology asegura que “el calor nocturno excesivo constituye por sí solo una causa directa de mortalidad, al margen de lo que ocurre el resto del día. Las altas temperaturas nocturnas pueden provocar un estrés térmico prolongado que se ve agravado por el hecho de que nuestro cuerpo no puede descansar adecuadamente durante la noche”. Otros estudios científicos muestran cómo agrava el peligro de enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, respiratorias y renales. En les niñes puede traer complicaciones de crecimiento, en les adolescentes efectos físicos, pero también mentalmente, y en el caso de las personas mayores los riesgos son peores.
Aunque esa situación afecta a toda la población, a algunos los afecta más que otros. La imposibilidad de aclimatar el hogar (o hacerlo a costa de riesgos), la precariedad de las viviendas y servicios, los cortes de agua y luz o el impacto económico de los tarifazos, profundizan los problemas.
En la Argentina hay más de diez millones de personas que sufren “pobreza energética”. Así se define a quienes no tienen acceso a todos los servicios vitales, o que pagarlos afecta sensiblemente la economía familiar. Pero hay 5 millones que están peor: ya forman parte de quienes pasaron a la “indigencia energética”. Los datos son oficiales.
Esos números no “caen del cielo”. Los tarifazos de Macri hicieron que se duplique la pobreza energética en el país, entre 2015 y 2019. Pero la política del Frente de Todos, que no retrotrajo esos aumentos ni hizo grandes obras de infraestructura, hizo que la situación no haya cambiado prácticamente. Sigue tan mal como antes. Los nuevos tarifazos ordenados por el Ministerio de Economía fueron otro “massazo” a los hogares populares.
En ese panorama, la pregunta es obligada es: ¿cuántos grados hicieron este fin de semana en una habitación de la Villa 31 de Retiro, o en los barrios populares de Mendoza? ¿Y cuántos en un departamento de Avenida Libertador, con su sistema de aires acondicionados, ladrillos termoeficientes, generadores de emergencia y ventanales desde donde pueden ver cientos de metros de verde hasta llegar al río?
Un fenómeno mundial, una cuestión de clase
El Banco Mundial, que no se destaca por su sensibilidad social, reconoce que 1100 millones de personas en el mundo enfrentan riesgos de refrigeración. O sea que carecen del acceso a servicios que les permitan tener sus hogares a una temperatura adecuada, pero además afecta las cadenas de frío para medicamentos y alimentos. De ellos, 630 millones viven en ciudades: barrios precarios, villas, asentamientos.
El verano europeo fue un anticipo de lo que estamos viviendo. Solo en la península ibérica (Estado Español y Portugal) se registraron más de 2000 muertes por la ola de calor en junio y julio de 2022.
Como analizaba entonces Irene Olano para La Izquierda Diario desde Madrid, en base a un informe del Instituto de Salud Carlos III, “el estudio muestra que es la baja renta el factor más decisivo en la alta mortalidad durante las olas de calor. Las familias cuyos hogares carecen de climatización, o bien que no pueden utilizarlo por el elevado precio de la electricidad son un ejemplo de cómo el calor puede afectar más a la clase trabajadora y los sectores populares”.
Uno de los casos más impactantes era el de José Antonio González, que falleció por un golpe de calor trabajando en la limpieza municipal. Tenía 60 años y un contrato temporal que lo obligaba a trabajar de 2 a 8 de la tarde a 42º.
En Estados Unidos pasa algo similar. En esta época son las olas de frío. Pero antes fueron las de calor. Según un estudio de Centro para el Control de Enfermedades de ese país, “las temperaturas pueden registrar variaciones de 10 grados en diferentes barrios de la misma ciudad. Quienes viven en esas ’islas de calor’ suelen ser personas con pocos ingresos y comunidades de personas negras que históricamente han disfrutado de menos zonas verdes y viven rodeadas de cemento”. Las estadísticas oficiales reconocen que la tasa de mortalidad por calor son un 50% más altas entre los afroamericanos en comparación con los blancos no hispanos.
“Islas de calor” se llama a los lugares de una ciudad que tienen temperaturas más elevadas que otros. Puede ser por el tipo de construcciones, la presencia o no de parques y espacios verdes u otras cuestiones. Por ejemplo, un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA asegura que en febrero de 2022 hubo diferencias de más de 20 grados entre barrios del norte y del sur de la Ciudad de Buenos Aires. Como sabemos, en el sur están los barrios más populares y casi todas las villas y asentamientos porteños
En Argentina el 80 % de los hogares de barrios populares sufren pobreza energética. Así lo refleja una investigación de la socióloga Florencia Partenio, publicada por la Cepal. Además, demuestra que las mujeres, encargadas de las tareas de cuidado y el hogar, son las más afectadas. Es el caso de barrios como la 31 y la Villa 21-24 en la Ciudad de Buenos Aires, donde distintas organizaciones sociales denuncian el riesgo eléctrico, la falta de agua y de acceso a los servicios básicos. Lo mismo denuncia la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario: en esa ciudad hay 120 mil personas sin acceso al agua potable y la crisis se profundiza en verano en barrios populares como Fisherton Sur, Toba, etc.
Esa situación también se siente en los lugares de trabajo. Los trabajadores y trabajadoras aeronáuticas que permiten que salgan los vuelos a Miami o Rio de Janeiro cuentan que caminan sobre pistas que elevan 10 grados la temperatura ya existente. En las viñas mendocinas el sol y la tierra caliente destruyen los cuerpos. La lista sería larguísima.
¿Hasta cuándo vamos a aguantar?
Este lunes la lluvia pareció traer un poco de alivio. Pero los medios ya adelantaron que no hay que ilusionarse: seguirán las medidas encima de 30°.
No es cuestión de hacer la “danza de la lluvia”, ni rezar ni “aguantarse que ya pasa”. El calentamiento global y sus consecuencias reflejan cómo el capitalismo destruye al planeta y a quienes lo habitamos. Hasta el absurdo de que los servicios básicos de la población siguen siendo un negocio en manos de empresas privatizadas. Millones son obligados a vivir en condiciones de una precariedad tan insoportable que los empuja a la enfermedad y hasta la muerte. Son verdaderos crímenes sociales.
Hay que unir la bronca y la fuerza de la clase trabajadora que hace funcionar el mundo, el pueblo pobre y la juventud que defiende el planeta para terminar con esta irracionalidad y evitar la barbarie capitalista.