11.10.2017
Mariana Badeni
En silencio buscan rescatar sus tradiciones sin perder una identidad surgida de una realidad histórica que los llevó a vivir en las ciudades. La reacción violenta en las últimas marchas genera emociones encontradas.
Están frente a nuestros ojos, puede ser nuestro compañero de trabajo, la persona que nos vende una gaseosa en un kiosco o el artesano en la calle que vende cestas o un collar tejido. Quom, Aymara, Kollas, Guaraníes y Mapuches son algunos de los nombres de sus comunidades pero tras su ingreso a la vida urbana muchas veces sus tradiciones e historias ancestrales no son visibles, están calladas.
En los últimos años las manifestaciones indígenas realizadas en la Ciudad de Buenos Aires han dejado al descubierto la nueva realidad urbana de estos pueblos. El Indígena Urbano responde a un nuevo capítulo de sus vidas, a veces no reconocido o entendido por sus propios hermanos.
Según el último Censo 2010 del Indec, en el país hay 955.032 aborígenes y conforman 368.893 hogares. Es decir, el 2,38 por ciento del total de la población argentina y el 3,03 por ciento del total de hogares.
Pero quizás lo más llamativo es que siete de cada diez integrantes de los pueblos originarios de nuestro país reside en el contexto citadino o más aún, que de cada tres indígenas, uno habita en el Area Metropolitana de Buenos Aires (Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Gran Buenos Aires).
"La urbanización es un fenómeno mundial en constante crecimiento. Por primera vez en la historia de la humanidad hay más personas viviendo en las urbes que en zonas rurales. En particular en nuestro territorio se da en principio a raíz de la industrialización en las grandes ciudades y acompañado de la falta de posibilidades en las zonas rurales de un desarrollo sustentable", destacó Jimena Psathakis, presidenta del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI).
Luego agregó que claramente la visibilidad de toda la situación indígena es importante ya que hay un gran desconocimiento sobre su historia y su cosmovisión".
URBANO
"Todo sucede en Buenos Aires", destacó Sandra López, miembro de la comunidad Quom que habita actualmente en Derqui, en la provincia de Buenos Aires. Siguiendo el pensamiento popular de que en las grandes ciudades se logra una mejor vida, a finales de la década de los 80 sus padres y su hermano mayor, de entonces cinco años, llegaron a Fuerte Apache donde ya estaban viviendo otros miembros de su comunidad. Buscaban mejorar sus vidas ante la falta de tierras de la comunidad en el Chaco.
"Al ser despojados de las tierras les sacaron el único recurso que tenían ya que se dedicaban a la cosecha" destacó Lopez quien actualmente estudia para convertirse en maestra de primaria.
La llegada a la ciudad para la familia López fue un cambio que rompía con todo lo vivido anteriormente. Dominando poco el lenguaje español y acostumbrados a vivir en el monte; el hormigón, el bullicio y las costumbres ajenas a vivir en comunidad fueron, al principio, abrumadoras.
Pero quizás lo más aplastante fue percibir la falta de reconocimiento de la identidad indígena por parte de la sociedad y hasta de otros miembros de pueblos originarios.
"Fue muy difícil vivir acá diciendo que era parte de una comunidad indígena. Recuerdo cuando mi papá fue a una reunión de padres de mi colegio donde se presentó como miembro de una comunidad indígena y que luego de terminado el encuentro se dio cuenta que otros asistentes también lo eran pero no se daban a conocer como tales por temor a que dirían los demás. Sigue siendo un desafío debido a que entonces era muy fuerte la presencia cultural de cada uno de los que estaban acá y hoy es todo lo contrario porque en la ciudad se trata de prevalezca en los más jóvenes y más chicos", destacó López.
El frenesí de una jornada en una ciudad casi no deja tiempo para la reflexión. Horarios laborales extenuantes y mal remunerados; costumbres sociales ajenas; falta de vivienda propia; y escasez de facilidades para estudiar son algunos problemas citadinos que surgen inmediatamente opacando el romanticismo de la vida en las grandes ciudades.
"Muchos de los que llegan no aguantan vivir en la ciudad o no dicen que son miembros de una comunidad por temor a no conseguir un trabajo. Esto también se lo transmiten a sus hijos. Falta una percepción comunitaria y se ve todo de forma individual. Por eso es importante fomentar esta integración como, por ejemplo, dentro del propio edificio donde se vive y así todos sepan quién es el vecino, su historia y necesidades", destacó a La Prensa Rosalía Gutiérrez, miembro de una comunidad Kolla de Jujuy y que desde finales de la década de los 70 adoptó la vida urbana aunque no fuera fácil.
Junto a otros miembros de pueblos originarios impulsaron un movimiento que reivindicara su presencia y derechos. Así surgió la "Comunidad de Estudiantes de las Primeras Naciones de América" que trabaja sobre la necesidad de incluir en la currícula educativa la historia de los pueblos indígenas de la Argentina y, sobre todo, difundirla en las nuevas generaciones.
NUEVA IDENTIDAD
La llegada al mundo de nuevos miembros de familias de pueblos originarios en territorio metropolitano fue moldeando una nueva identidad donde el concepto de "Indígena Urbano" se hizo más frecuente entre las comunidades, aunque algunas aún se resisten a utilizarlo.
"Hay distintos enfoques sobre esto en las mismas comunidades. Hay algunas que no aceptan, no entienden el concepto Indígena Urbano en el sentido de que nosotros decimos comunidad. Ellas dicen "ustedes se separan de nosotros" por la pérdida del idioma ancestral y los indígenas urbanos son vistos raros porque no hablan el idioma, no visten el atuendo tradicional y tienen ropa más urbanas. Es un concepto que algunos indígenas lo tomamos y lo defendemos en las asambleas o encuentros que tenemos a nivel nacional porque es nuestra realidad", enfatizó Francisco Morales, miembro de la comunidad Aymara.
Luego agregó que "Creo que el desafío más grande que tenemos es darnos a conocer y mostrar que nosotros somos un producto de toda una situación histórica de los pueblos indígenas pero no somos tampoco un error sino una nueva realidad, que seguirá creciendo. Los efectos que sufrimos los indígenas en nuestra pérdida de territorio no tiene que ver solamente con cuestiones nacionales sino que también internacionales. Son fuerzas muy grandes que nosotros no estamos con capacidad de detenerlas y que con el tiempo esas zonas urbanas va a ir creciendo cada vez más y que nuestra comunidad va a tener que ser cada vez más urbana. Pero creo que urbanidad no implica perder los valores y la cultura indígena".
Para incentivar esta visión en las nuevas generaciones de descendientes de pueblos originarios que van llegando a la Ciudad de Buenos Aires, Morales junto otros miembros crearon en 2008 el "Círculo de Escritura y Oralidad". Los pilares de esta agrupación se enmarcan en la sabiduría de la oralidad de la cultura indígena. En tanto, la noción de escritura está representada en los diseños grabados en las cerámicas, los tejidos, en los sitios rituales o en las marcas sobre la piedra, madera, cuero, entre otros. Así, este año participaron de la Feria del Libro y continuamente dan charlas sobre sus visiones ancestrales.
Estos encuentros permiten que los descendientes de pueblos originarios en las ciudades puedan aprender un poco más de su historia y así llenar un vacío existencial.
"Damos charlas a estos chicos y les enseñamos el lenguaje de su comunidad. Pero también qué significa ser indígena y, según la comunidad a la que pertenecen, qué los diferencia y une a los demás pueblos originarios. Veo que muchos sufren no estar en comunidad y no contar con la cosmovisión propia de ser indígena. Allí pueden aprender los saberes de sus abuelos sea en artesanías, la cocina o el uso de las plantas que representa la medicina ancestral de nuestros pueblos", enfatizó Gutiérrez.
Consultado sobre este autoconocimiento y su impacto en las nuevas generaciones, Morales destacó que "No siento nostalgia pero sí reconozco que es una cuestión histórica. Yo me siento muy orgulloso de ser indígena urbano y de poder conocer esta realidad nueva. Creo que somos una parte de la comunidad que con el correr del tiempo vamos a ser muy importantes para el mantenimiento y desarrollo de la subsistencia de las identidades indígenas en el país".
NO TAN LEJOS
Para quienes dejaron sus territorios y se mudaron a espacios urbanos, como también para quienes nacieron en ellas, el impacto que generan las marchas de las comunidades indígenas en la ciudad de Buenos Aires genera emociones encontradas. Por un lado, el paso de los años parece no haber cambiado nada las temáticas de los reclamos y, por el otro, sí se percibe cierto cambio en las formas.
"Se debería pensar el por qué suceden las manifestaciones de hermanos del interior acá en Buenos Aires. Como siempre dicen todo se soluciona en esta ciudad. Pero hay muchos reclamos de los que hemos sido parte porque nos involucra a todas las comunidades como, por ejemplo, la prórroga de la Ley la 26.160 en donde nos afecta a nosotros como comunidad urbana y a los del impenetrable chaqueño. Que en los mismos territorios no se pueda solucionar un problema y se tenga que traer hasta acá es algo que sigue reflejando un problema", se lamentó Sandra López.
Por otra parte, las últimas marchas realizadas en la Ciudad de Buenos Aires han sido teñidas por una escalada de violencia que preocupa a las propias comunidades de pueblos originarios.
"Como miembro de un pueblo originario siempre tenemos presente nuestra forma de hacer política que es el diálogo y la negociación. Son dos pilares fuertes e históricos de nuestra cultura. Pero la violencia no nace de uno porque sí sino que va surgiendo. Hay mucho de recuperar los valores humanos, de la madre tierra para la sociedad en general. No solamente para los pueblos indígenas, porque yo veo que vamos hacia una sociedad más violenta donde no me gustaría que mi hijo se crie. Creemos que los problemas siempre hay que resolverlos con dialogo pero no es solamente una cuestión de sectores sino que es el conjunto de la sociedad el que tiene que repensar la inclusión de todos por igual", concluyó Morales.
LATINOAMÉRICA MEJORA LA CALIDAD DE VIDA, PERO AÚN FALTA INCLUSIÓN
Según un informe del Banco Mundial denominado "Latinoamérica indígena en el siglo XXI" publicado en junio de este año, los pueblos indígenas en América Latina mostraron avances sociales significativos, experimentaron una reducción en los niveles de pobreza en varios países y obtuvieron un mejor acceso a los servicios básicos. En el mismo estudio se evaluó que casi la mitad de la población indígena de América Latina vive en zonas urbanas pero enfrentan condiciones no demasiado ventajosas.
El informe sugiere abordar los temas indígenas desde una perspectiva diferente, que tenga en cuenta sus voces, cultura e identidad. La Prensa consultó a German Freire, autor del informe y especialista en desarrollo social del Banco Mundial, sobre qué debería tener una política pública de inclusión social para incorporar a esta población.
"Lo primero, evidentemente, es visualizarlos. Varios estudios del Banco Mundial señalan que hay que trabajar sobre al menos tres factores: primero, hay que fortalecer su capital humano, por ejemplo, a través de políticas de educativas que tomen en cuenta sus necesidades, sus visiones y su cultura. Hoy en día, la educación formal está fuertemente asociada a la pérdida de su lenguaje y de sus conocimientos tradicionales. Menos del 2 por ciento de los indígenas que terminan un nivel terciario hablan su lengua nativa. Pero esto no tiene por qué ser así. Una educación cultural y lingüísticamente pertinente puede ofrecerles herramientas para beneficiarse del entorno urbano, mejorando sus posibilidades de empleo, sin que esto signifique renunciar a sus culturas y su identidad en el proceso", enfatizó el especialista.
Mejorar sus oportunidades de inclusión económica también es otro factor destacado por el investigador.
"Se debe hacer hincapié en políticas redistributivas dentro de las ciudades, que son muy poco equitativas, mejorando aspectos como el acceso a servicios, a financiamiento, apoyo técnico, etcétera. La experiencia de la última década nos mostró que el crecimiento económico, por sí solo, no es suficiente para sacar de la pobreza a poblaciones crónicamente excluidas. Se deben desarrollar, con ellos, estrategias integrales que les permitan alcanzar sus propias metas de desarrollo", destacó Freire.
Luego agregó que "se les debe dar mayor voz en la toma de decisiones sobre los aspectos que los afectan. La experiencia muestra que sin la participación de las comunidades muchas políticas de inclusión terminan reproduciendo los prejuicios que ponen barreras en el acceso, a la educación, a la salud, al empleo, etcétera. Las políticas de salud, por ejemplo, suelen ser poco efectivas si no se desarrollan tomando en cuenta sus visiones de salud y su dignidad. A veces se dice que los indígenas se resisten a acudir a los centros de salud, por ejemplo, pero a lo que se resisten, en realidad, es al maltrato. Cuando se cambian las condiciones en las que se presta el servicio cambia radicalmente su efectividad".
LENGUA Y CULTURA
Las ciudades muchas veces son vistas como polo de modernidad y de mejor calidad de vida. Pero esto también puede atentar con las ancestrales costumbres.
"Esto tiene dos caras. Por un lado, es evidente que las tradiciones, la lengua y la cultura están más en riesgo en entornos urbanos que en sus territorios tradicionales. Muchos vínculos sociales que forman parte de sus lazos de contención se rompen al migrar, de eso no hay duda. Sin embargo, muchos pueblos indígenas usan las nuevas oportunidades que les ofrecen las ciudades para reforzar su relación con sus comunidades de origen", recalcó el especialista en desarrollo social.
En tanto, la integración de valores de las comunidades originarias son también recalcadas como un punto positivo para el desarrollo urbano.
"Los indígenas traen consigo visiones diferentes de organización social, de relacionamiento con el ambiente, de estrategias de apoyo y contención, conocimientos médicos tradicionales, participación política, propuestas arquitectónicas, lenguas, etcétera. Esta diversidad suma mucho a la resiliencia del entorno urbano. En La Plata, por ejemplo, hay una comunidad Nam Qom, en el barrio Islas Malvinas, que es un ejemplo tremendo de dignidad y lucha por mejorar su inclusión al entorno urbano. Con muy poco o ningún apoyo externo, esta comunidad ha construido sus propias viviendas, organizan el espacio comunal de acuerdo a sus visiones de solidaridad y convivencia, toman responsabilidad colectiva por la alimentación y el cuidado de sus niños, tienen iniciativas escolares y extra-escolares para preservar su lengua y su cultura, entre otras cosas", destacó el especialista en Desarrollo Social del Banco Mundial.
Luego concluyó que "con la inclusión de los indígenas al desarrollo urbano ganamos todos. En algunas ciudades constituyen una proporción considerable, que tiene muchísimo que aportar a la economía local, a la toma de decisiones, a los esfuerzos por erradicar la pobreza, al uso sustentable de los recursos o la participación ciudadana. La Argentina tiende a ser representada como una sociedad homogénea, de descendientes de inmigrantes italianos, pero la verdad es que tiene una diversidad mucho mayor. Nuestro país tiene casi tantos indígenas como Ecuador y más que Brasil, que son países donde la contribución indígena es mucho más visible. Lo mismo sucede con el AMBA, que concentra un cuarto de la población indígena del país. Tiene sentido que esa heterogeneidad de visiones y propuestas se incorporen al desarrollo urbano".