Comunicadores del Sur

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Buenos Aires en Uber

23.12.2017

Por Santiago Gómez

El desempleo aumenta y la remisería por aplicativo es la opción para parar la olla. Una crónica de la cambiada Buenos Aires.

Activé el wifi mientras esperaba junto a la cinta que descargaran mi mochila del avión. Me fijé cuánto costaría un Uber desde Ezeiza hasta Villa del Parque, dio casi trescientos pesos, unos sesenta reales. Cuando pasé la aduana lo pedí. El aplicativo me informó que debía alejarme de la puerta del aeropuerto para encontrar el auto, supuse que para evitar problemas con los taxistas. Le mandé un mensaje al conductor diciéndole que una vez que saliera del aeropuerto quedábamos incomunicados, no había cargado crédito en el chip que utilizo cuando vuelvo. Cuando vi en el celular que el auto ya estaba dentro del aeropuerto, fui hasta donde entendí que debía esperarlo. Después de cinco minutos el hombre me llamó al teléfono que yo no sabía el número. Estoy de bermudas, camisa floreada, ojotas y una mochila amarilla, le dije para que pudiera ubicarme. Ahí te vi, me contestó.

Quienes trabajan con Uber están obligados a hacerse los simpáticos, mostrarse serviciales, ofrecerte un caramelo, porque los usuarios tienen que puntuarlos cuando se bajan. Siempre dejo pasar ese momento para después comenzar con las preguntas. Fue mi segundo viaje a Buenos Aires en los últimos tres meses, después de pasar dos años sin ir. El tiempo cambió. Cambió el tono de la situación. Se tensó y la sociedad se ve en caída. Como cuando un barco entra en picada, están los solidarios, los que tienen de donde agarrarse y no se preocupan más que por su cuerpito y los que están jodidos y saben que si la nave no endereza, tarde o temprano se van a ahogar. Uber es la cuerda de la que se agarraron los laburantes para que el agua inflacionaria les permita no tener que cambiar de camarote.

En mi anterior visita a Buenos Aires pedí un auto desde Villa del Parque hasta la estación Tronador del subte para ir a la marcha por el primer mes de la desaparición de Santiago Maldonado. Esa mañana se me retorció el estómago al escuchar caminando por Nogoyá el pedazo de una conversación entre dos trabajadores de comercio que fumaban en la vereda. Uno le decía al otro que Santiago no era ningún nene de pecho, era familiar de un líder Montonero, tío del yerno de Cristina, el otro le respondía que los Kirchner también habían sido terroristas.

Después de las gentilezas del conductor, de que el hombre se quejara del tránsito, con mi mejor tono de boludo dije ªAh, claro, debe estar todo cortado porque hoy está la marcha por ese chico ¿No?” – quería saber qué pensaba. Sí, me contestó el hombre. Pobre familia, agregué. “¿Pobre familia?”, dijo el conductor y me di cuenta que cual pollo estaba hinchado de hormona mediática. ¿Usted tiene hijos?, le pregunté. Contestó que sí y yo opté por quedarme en silencio, silencio que el hombre consiguió mantener hasta los cien metros del destino. ¿Y por qué no colabora la familia con la investigación entonces?, arremetió de nuevo. De nada sirvió que le dijera que era falso lo que estaba afirmando, la cabeza del hombre estaba tomada.

Cómo viajó, de dónde viene, fue lo que quiso saber el conductor que me fue a buscar a Ezeiza. Yo quería saber qué hacía ese hombre de más de cincuenta años antes de manejar por tan poca plata, poniendo en riesgo su capital. Tenía un emprendimiento, pero no me fue bien, contestó. Me contó que había montado un trailer para vender distintas variedades de café, pero que los organizadores de los eventos donde se juntan todos los “food trucks” le pedían mucha plata por participar y él no podía juntarla por más atractivas que sea el café en capsulitas, así que vendió el trailer, se compró un auto y ahora se pasa el día manejando.

– Es que las cosas cambiaron, el precio de las cosas sube, por lo que la gente cada vez gana menos y después no tiene para gastar – dije.

– Eso no es cierto, para gastar tiene, mire que a mí con el Uber me va bárbaro.

– ¿Pero no cree que se tomaron medidas que afectan al bolsillo de la gente?

– Pero qué quiere, señor, los otros se robaron todo.

– ¿Y antes del emprendimiento que tenía?

– Trabajaba como administrativo en una multinacional, pero me echaron a mitad del 2016.

– ¿O sea cuando estaban los que se robaron todos usted tenía trabajo?

– Pero qué tiene que ver una cosa con la otra, señor. Mire, no es que yo defienda a la empresa, pero algo de números entiendo. Cuando los números no cierran hay que ajustar, y qué le vamos a hacer, me tocó a mí.

 

El siguiente Uber que pedí lo manejaba un jubilado. Lo supe porque le pregunté si se había quedado sin empleo, me dijo que manejaba para no pasarse el día en casa. Hacía dos años que estaba jubilado y unos pocos meses que trabajaba como conductor. Volví a mi táctica de tratar de sacarle cuál era su lectura de la realidad, sin confrontarla con la mía, simplemente tratando de jugar con las palabras del hombre. Simples ejercicios de psicología experimental, en los que una y otra vez alimento mi tesis de que las ideas tienen las mismas propiedades que una fuerza, para despuntar el vicio de psicólogo que ya no trabaja de psicólogo. Como cambiaron las cosas, le dije.

 

– Era hora ¿No? Ya no se podía seguir más así.

– ¿Usted estaba económicamente mal hace tres años?

– Disculpe, pero creo que no se trata de pensar solamente en uno, las cosas estaban mal, se estaban robando todo – dijo con un tono ameno que sólo podía explicarse porque en mi mano tenía la posibilidad de elegir entre cinco estrellitas para calificarlo, un taxista sin dudas levantaba el tono.

– Pero usted me dijo que maneja desde hace seis meses y que está jubilado hace dos años. ¿Antes le alcanzaba la plata? – el hombre se quedó en silencio y luego arremetió.

– Es verdad que las cosas están más caras, no voy a hacer como los otros que no reconocían nada, pero se tenían que ir, para mí se tenían que ir. Seguro que se tomaron decisiones difíciles, pero qué quiere que le diga, los otros dejaron una bomba era obvio que iba a explotar.

 

El tercer conductor me pasó a buscar por la casa de un compañero en Caballito el día de la marcha por la orden de detención a Cristina. Eran las doce de la noche y el hombre todavía trabajaba. Pasó lo de siempre, su gentilidad, mi pregunta por cuánto hacía que trabajaba con Uber, qué hacía antes y el hombre, que estaba del lado más pesado de los treinta, igual que yo, me contó que trabajaba de portero en una empresa y que lo habían echado. Demoró dos semanas en conseguir trabajo. “Pero antes trabajaba 120 horas al mes y ganaba 25 mil pesos y ahora tengo que hacer 250 horas por mes para hacer la misma plata, porque en el trabajo que conseguí me pagan 14 mil por mes”, me contó el hombre.

“Mirá, yo no es que sea kirchnerista…”, comenzó la frase y recordé lo que me dijo un padre que adopté en la vida, que en el setenta y cinco se exilió en Venezuela, y que hace unos pocos días me fue a visitar a Florianópolis: “Nos están persiguiendo, esto es peor que en el cincuenta y cinco, están con el odio desbocado, reunión a la que vas parece que te quisieran matar, que uno no tiene derecho a desplegar su identidad”. El conductor siguió:

– … no vaya a pensar eso porque no lo soy, pero con el anterior gobierno yo estaba mejor, la guita alcanzaba, yo no tenía que pasarme catorce horas afuera de casa, hoy no veo a mis hijos, llego a la noche están durmiendo y mi mujer sola tiene que hacerse cargo de todo lo de la casa. Yo no le voy a decir que no robaban porque seguro que robaban, todos roban ¿O lo que hizo este con el Correo no es un robo? No vaya a creer que soy kirchnerista, porque no lo soy, pero yo vi el debate y este hombre hizo todo lo que dijo que Scioli iría a hacer, al final yo me quedé sin trabajo con este tipo.

El último Uber que me tomé me llevó de regreso al aeropuerto. El hombre me pidió que me sentara adelante, por temor a que lo agredieran los taxistas. El conductor pasaba los cincuenta años, tenía el pelo canoso hasta los hombros, a los costados, arriba estaba todo pelado. Era uno de los 3.500 periodistas recién despedidos, trabajaba en Continental, su mujer lo hacía en otra radio, de la cual no recuerdo el nombre. A ella la indemnización se la van a pagar en ocho cuotas. De todos los conductores fue el único que me reconoció abiertamente su posición, compartió la bronca que le producía que sus padres jubilados apoyaran al gobierno.

– Porque claro, se piensan que total mi hermana y yo los vamos a poder ayudar como hacíamos antes ¡Pero yo ahora soy remisero! Que la gente se haga la importante y diga que pide un Uber, todo bien, pero esto es un remís que llamás por aplicativo, no jodamos. Yo lo primero que hice cuando me echaron fue ir a la remisería del barrio, pero ahí tenés un orden para los viajes, acá te mandan de un lado al otro directamente, de acuerdo a quién es el que está más cerca.

 

Cuando le conté que vivía en Florianópolis el hombre me dijo que estaba con ganas de irse del país. Comenzó a preguntarme por el costo de vida acá, la cantidad de dinero que necesitaría para alquilar y ese tipo de cosas. Le aclaré que no es fácil conseguir trabajo como extranjero y él me respondió que ya había averiguado en Uber, que le actualizaban la plataforma y que podría trabajar aquí. Como chofer de Uber vas a poder vivir, no necesitás conocer la ciudad, pero te vas a tener que pasar el día adentro del auto, le avisé. ¡Qué carajo me importa con tal de no tener que ver más a estos hijos de mil puta todos los días y tener que escuchar la indiferencia e insensibilidad de esta gente!, contestó el hombre que sabía que estaba entre compañeros. Cuando llegamos a Ezeiza el hombre me dijo “por algo me tocaste vos como pasajero mientras yo estoy pensando en irme a vivir a Brasil”. Nos despedimos, como si nos conociéramos de antes. Yo recordé que dieciséis años atrás era uno de los que lloraban en Ezeiza despidiendo familiares que se iban a vivir a España después del estallido.

Entrevista a Abril Acuña, militante estudiantil

23.12.2017

 

Leonardo Marcote

 

“Es difícil tener miedo cuando estás con compañeros y compañeras que están organizados”, dice Abril Acuña, estudiante de tercer año de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, en alusión a las intimidaciones policiales que sufren a diario los y las estudiantes de las secundarias de la Ciudad de Buenos Aires. “Yo no tengo miedo porque soy consciente de los riesgos que lleva cada cosa, cada acción que nos propongamos. Y -frente a esa consciencia- de lo que podría llegar a pasar, si vos tenés cuidados, si un colectivo de personas es consciente de esas cosas y se cuida para que esas cosas no te pasen, no te da miedo. Todo lo contrario, te prepara para resolver los problemas.”

 

Abril tiene 16 años y vive junto a su familia en el barrio de La Boca. Estudia y milita en el Centro de Estudiantes de su colegio. También participa en la FM Riachuelo, donde conduce el programa Cómplices del Sur, que sale en vivo los martes de 19 a 20. “Soy medio vergonzosa, pero de a poco me fui acostumbrando a salir al aire y cada vez me suelto mas”, comenta mientras nos acomodamos en un bar de la calle Defensa, en San Telmo, para comenzar la entrevista.

Abril viene de un festival que se organizó en su colegio al cumplirse un año del ataque que un mes después causó la muerte de Natalia Grebenshikova, de 15 años, y Nuria Couto, de 18, una estudiante y la segunda graduada del Colegio Manuel Belgrano.

El 11 de octubre de 2016, Mariano Bonetto acuchillo a las dos adolescentes en la Plaza Irala, a tres cuadras del colegio. Luego de permanecer internadas en el Hospital Argerich, las dos fallecieron.

Para Abril el ataque contra sus compañeras no fue casual. “Eligió atacarlas porque eran dos pibas flaquitas, chiquitas, tímidas, que no iban a mostrar una resistencia frente a ese ataque. Las apuñaló, y al poco tiempo murieron. Frente a esa situación la respuesta de los directivos de la escuela fue: ‘No vayan más a la Irala’. Como si eso fuera a solucionar el problema. La bronca por el asesinato de estas dos compañeras también te hace olvidar el miedo…”. Dicho esto, se toma unos segundos para pensar y cerrar la idea con la que comenzó la charla: “La injusticia te pone pilas para salir a la calle y el miedo pasa a un segundo plano.”

En el 2017 los y las estudiantes secundarios de la Ciudad de Buenos Aires lograron consolidarse como uno de los movimientos más combativos del campo popular en la lucha por la educación pública.

Con movilizaciones importantes para el Movimientos Estudiantil, como ocurrió la tarde del 6 de septiembre cuándo se concentraron más de 3.000 mil secundarios para marchar desde el Palacio Pizzurno, sede del Ministerio de Educación de la Nación, hasta el Ministerio de Educación de la Ciudad. En ese momento, doce colegios estaban siendo tomados; a fines de ese mes fueron 31 y los estudiantes secundarios se convirtieron en el centro de atención de los medios de comunicación masivos por la organización que demostraron en las tomas, el activismo en las calles, y por el nivel discursivo que mantuvieron en varias entrevistas, dejando en ridículo a más de un periodista que intento desmerecer sus reclamos con el simple argumento de que, “al colegio se va a estudiar y no a hacer política”. Un dato no menor es que la movilización del 6 de septiembre se realizo días después de que se cumpliera un mes de la desaparición de Santiago Maldonado. Durante el acto, el gobierno nacional reprimió a las personas que se movilizaron hasta Plaza de Mayo. A estas represiones y, al miedo que desde el estado y desde los medios hegemónicos se quiso instalar, los estudiantes respondieron con una fuerte presencia en las calles.

“Éramos tres mil pibes. Fue una de las marchas más grande que hicimos desde el 2012, (año que se tomaron 60 escuelas) y fue en respuesta a lo que había sido la represión en la marcha por Maldonado. Yo me preocupe porque en la marcha del 1 de septiembre (2017) estaba mi mamá, mis amigos. Por suerte no nos pasó nada, pero es muy fuerte estar marchando por la desaparición de un joven que se lo llevo la Gendarmería y, que el propio estado, te mande la cana para reprimirte, es una postura muy terrible”.

 

El asesinato de Natalia Grebenshikova y Nuria Couto

 

“Luego de lo que sucedió con nuestras compañeras se hizo presente en el colegio un grupo de psicólogos. Comenzaron a pasar por los cursos para decirnos ‘algo’, como obligados, digamos. Pero, ni  siquiera tuvieron la cortesía de diferenciar en que curso estaban los amigos de Natalia, qué pasaba con la gente que la conocía, cómo influyo en ellos, que conversaban todos los días con ella. Fue patético lo que hicieron. Del Ministerio de Educación no vino nadie, no les importo”.

Nuria Couto había egresado de la escuela Manuel Belgrano en 2015, pero continuaba ligada al colegio trabajando en la librería. Natalia Grebenshikova, por su parte, estaba cursando el tercer año. Las dos adolescentes participaban activamente de las actividades del Centro de Estudiantes.

“En el 2016, después de las vacaciones de invierno, tomamos el colegio y Natalia (Couto) estuvo todos los días con nosotras. Ahí fue cuando la conocí mejor. Pintábamos carteles de Ni una Menos’ y ahora estamos levantando las banderas con su nombre”.

Uno de los reclamos del Movimiento Estudiantil, el más urgente, es que el Ministerio de Educación cree un protocolo para actuar en casos de violencia de género. En eso está trabajando la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB) junto a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad. Un protocolo que se base, fundamentalmente, en amparar a la víctima y no al victimario.

“Lo que está pasando ahora, en algunos colegios, es que se está resguardando a los abusadores en vez de cuidar a las chicas que fueron abusadas. Y eso pasa porque no hay un protocolo en el cual los directivos puedan conocer una serie de medidas para actuar en los casos de abusos. Esa información se las tiene que bajar el estado. Si es una institución pública, el estado se tiene que hacer cargo de lo que pasa adentro de las escuelas. Yo creo que no hay ni una sola escuela que no tenga un caso de abuso. Y si no lo tiene, es porque esa chica aún no está preparada para contarlo y mucho menos para denunciar a su abusador. Por suerte, cada día son más las que deciden no callar. Por ejemplo, las chicas de la Escuela de Bellas Artes Rogelio Yrurtia fueron de las primeras en denunciar lo que estaba pasando en su colegio. Tres casos de abusos y violaciones por parte de estudiantes de la institución. La reacción del establecimiento, ante estas denuncias, fue el silencio y la persecución al Centro de Estudiantes por sacar a la luz el problema. También hicieron oídos sordos cuando nuestras compañeras pidieron ser separadas de su abusador. Esto pasa todos los días en muchos colegios. Las chicas que sufren abusos tienen que seguir cursando junto a su abusador.”

Luego de la valentía de las alumnas del colegio Rogelio Yrurtia que denunciaron y sacaron a la luz los abusos que sufrieron, otras chicas se animaron a contar lo que habían padecido. Las denuncias van desde un docente del colegio Liceo 9 que les hacía dar la ‘vueltita’ a sus alumnas para que aprueben o que les tocaba la pierna cuando estaban solos, hasta una denuncia de abuso sexual dentro del Colegio Nacional Buenos Aires. A partir de esta situación, dentro de uno de los colegios emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires, tanto el Centro de Estudiantes, la Comisión de Género y el Consejo de Convivencia se comprometieron y tomaron las medidas necesarias para la contención de la Víctima. Todo lo contrario hizo el rector Gustavo Zorzoli, que no respetó la decisión de la víctima, difundiendo por los medios de comunicación el hecho. El eje del discurso del rector fue que el abuso ocurrió durante la toma de la escuela y no durante las clases regulares, como si el caso pudiera ser atribuido a la protesta estudiantil. Otro caso se registró en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, donde un grupo de alumnas denunció a un estudiante del sexto año del colegio. Lo mismo hizo una alumna de la escuela María Claudia Falcone que denunció públicamente el abuso cometido por un alumno del colegio Nicolás Avellaneda.

 

Ante la falta de respuestas tomamos los colegios

 

El sábado 26 de agosto de 2017 en la fabrica recuperada IMPA, se llevó a cabo una reunión extraordinaria de la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB), donde se discutió un “plan de lucha” contra la reforma anti/educativa que desde el Ministerio de Educación, y, de manera inconsulta con la comunidad educativa, se intenta poner en marcha a partir del 2018. El proyecto denominado Secundaria del Futuro, dice, entre otras cosas, que el último año de cursada, los secundarios deberán reemplazar horas de estudios por horas de trabajo en entes privados. La nueva reforma, que impulsa la Ministra de Educación de la Ciudad, Soledad Acuña, apunta, también, a separar las materias como en las escuelas primarias, por áreas, Ciencias Sociales, Ciencias Naturales, Matemática, etc. Y que cada una de esas áreas esté a cargo de parejas pedagógicas. De esta manera estarían sobrando materias porque, a lo que apunta la nueva reforma es juntar, por ejemplo, en Ciencias Sociales: historia, economía y geografía, dos profesores estarían dando más de dos materias, mientras que otros docentes que quedarían con horas libres, con grave daño salarial.

Los secundarios son conscientes de que, en caso de aplicarse esta  reforma, el costo para los trabajadores en general va a ser muy alto ya que ellos, los estudiantes,  ocuparían sus lugares como “mano de obra barata” bajo la figura encubierta de las “pasantías” que proponen desde el Ministerio de Educación.

Cuando tuvimos reuniones en el ministerio nuestra preocupación era, además de la mano de obra barata y la flexibilización laboral que se busca con esta reforma, es qué pasa con las escuelas de arte. A mí no me pueden mandar a una fábrica si estoy estudiando en una escuela de arte, porque no tiene nada que ver con lo que hago. Y no me lo sabían responder. Y bueno, a algún museo para que hagan de secretarios, me dijeron. Y eso, qué tiene que ver con el arte. No tienen respuesta para darnos. Ante esa falta de respuesta a ese proyecto nefasto y, sobre todo, para exigir un Protocolo para actuar en casos de Violencia de género, por esos dos motivos, fundamentales, es que decidimos tomar las escuelas.”

El 28 de agosto de 2017, cerca de las 18, los estudiantes del colegio de Bellas Artes Manuel Belgrano decidieron, mediante una asamblea, tomar el colegio. La toma duró 26 días, hasta el 22 de septiembre. En los 26 días de toma los secundarios tuvieron tres asambleas diarias donde debatían las acciones a seguir y el funcionamiento de las “comisiones” encargadas de mantener el orden de la toma. La comisión de seguridad controlaba el ingreso y la salida de las personas mediante una planilla en la cual se pedía, nombre, apellido y número documento; la comisión de limpieza mantenía impecable el colegio. La escuela estuvo más limpia en lo que duró la toma que cuando tenemos clases normalmente. Por último, la comisión de cocina que al igual de lo que pasó con la de  limpieza, logró que comiéramos mejor que cuando tenemos clases normalmente. Nadie se intoxico. Durante el año, por lo menos, tuvimos 10 casos de intoxicación por viandas en mal estado”.

– ¿Cómo fue la reacción de los estudiantes cuando en asamblea barajaron la posibilidad de tomar el colegio?

– Cuando dijimos todo lo que estaba pasando, los pibes enseguida dijeron hay que tomar el colegio. Hicimos todas las medidas de lucha posibles durante el año, nos reunimos con los que supuestamente ‘saben del tema’ y no tuvimos respuesta, cortamos la calle, elaboramos comunicados, de todo hicimos antes de tomar el colegio. Esto es urgente, no vamos a dejar que se muera otra compañera ni que nos lleven puestos con la reforma. Y a raíz de que se tomó la Belgrano, se tomaron más escuelas con la misma consigna. Llegamos a hacer 31 escuelas tomadas al mismo tiempo.

-¿Que reacción hubo de parte de los directivos?

– La directora nos denunció penalmente. Se excusó diciendo que, por protocolo, ella ‘tiene que dar aviso a la policía de que nosotros habíamos tomado el colegio. Pero, entre un aviso y una denuncia penal, hay un largo trecho. La denuncia fue por ‘ocupación y usurpación del espacio’.

– ¿Luego de la denuncia se acercó alguien del Gobierno de la Ciudad?

– Vino un fiscal a decirnos que si nosotros no levantábamos la toma él iba a tener que seguir con la causa y que podría llegar a terminar preso alguno de nosotros. Vino a meter miedo, claramente. Nosotros no estábamos asesorados, en ese momento. Le dijimos que nos diga todo lo que tenia para decirnos pero que nosotros no íbamos a hablar con él. Lo escuchamos y dijo que volvería en unos días. Volvió a la semana de esa primera visita. Esta vez nos asesoramos y lo esperamos en el salón de actos en el cual había 100 personas entre padres, alumnos y docentes. El fiscal y su asistente no sabían qué hacer. Venían a hacer lo mismo que la primera vez, a meternos miedo, pero esta vez no estábamos solos, estábamos preparados para que no nos pasen por arriba. Empieza a hablar el fiscal  y resulta que no sabía ni el número de causa, ni el delito que estaba ingresado en la denuncia. Él pensó que se iba a encarar con un montón de pibitos y pibitas que no sabían que responderle y, al final, el que quedó como un ignorante fue él.

 

Policías en el colegio

 

El jueves 4 de mayo, alrededor de las 11, dos policías armados entraron al Colegio de Bellas Artes Manuel Belgrano.

– ¿Dónde estabas vos en ese momento?

– Estaba sentada muy cerca de la puerta, y -desde la puerta de mi aula- se ve la entrada del colegio. Los vi entrar, ¡estaban con los fierros en la cintura! Le dije a la profesora y enseguida me acompañó hasta la dirección donde ya estaban otros compañeros y compañeras del Centro de Estudiantes, desconcertados por lo que estaba pasado. Discutimos con la regente, no entendíamos por que los había dejado entrar. Estamos en una escuela, hay menores, y estos tipos entraron como si nada, con el arma en la cintura. La directora se metió con ellos en la dirección. No sabíamos que estaba pasando.

– ¿Luego de estar reunida con los policías que explicación les dio la directora?

-La explicación fue que habían ido a llevar un fallo judicial. Pero, teniendo en cuenta lo que había pasado en otros colegios en donde la policía apretó a pibes, no tenemos dudas que fueron para meter miedo. Siempre lo hicieron, pero no tanto como lo están haciendo ahora.

Durante el 2017 la CEB denunció públicamente varios casos de intimidación policial dentro de las escuelas. En todos estos casos los policías repitieron el mismo procedimiento para ingresar a los establecimientos. Las excusas van desde conflictos internos a un pedido para “pasar al baño para hacer pis”, pero que siempre terminan con los uniformados interrogando a estudiantes y directivos sobre el activismo político dentro del colegio. Esta situación la padecieron alumnos de la Técnica 27, Técnica 35, Mariano Acosta, Bellas Artes Manuel Belgrano, Rogelio Yrurtia, Escuela de Cerámica N ° 1 y el Mariano Moreno, entre otros.

Un claro ejemplo de la violencia que sufren los estudiantes secundarios por parte de las distintas fuerzas de seguridad, no sólo en la Ciudad de Buenos Aires sino en varios puntos del país donde se registraron hechos de maltrato, persecución e intimidación por parte de policías o gendarmes.

Dos semanas después del ataque a Natalia Grebenshikova y Nuria Couto, la Gendarmería subió a un auto a dos estudiantes del colegio Normal 5, ubicado a diez cuadras de la Belgrano. Los hicieron bajar en una fábrica de la zona y comenzaron a tirarles tiros al lado de sus oídos con la intención de que los chicos quedaran sordos. Luego de torturarlos, con esta metodología, los volvieron a subir a un auto y los abandonan en un descampado. Los gendarmes le gritaban que corran y mientras los chicos corrían, tiraban tiros al aire para asustarlos.

– ¿Qué medidas tomaron luego de este hecho?

– Hicimos un corte de calle entre la Belgrano y el Normal 5. Por lo de Natalia y Nuria y por lo de los dos compañeros.

– ¿A qué crees que apuntan con estas persecuciones y, en varios hechos, hasta con la violencia física y la tortura?

– Ya no podemos hablar solo de persecución a los militantes del secundario. Esto ya es contra la juventud. Todo el tiempo nos persiguen y nos atacan. Si te va mal en la escuela pero querés salir a pelear para exigir viandas en buen estado, no podés porque sos mal estudiante, si tomás la escuela es porque no querés estudiar, si fumás es porque sos una drogadicta, todo el tiempo es persecución a los jóvenes. Están intentando matar cada vez más ese bichito solidario que tienen los jóvenes. Darío Santillán que se quedó con Maxi (Kosteki) ahí aunque le haya costado la vida, se quedó porque era un flaco solidario. Y eso es lo que quieren matar. A eso apuntan.

 

La Belgrano

 

“Entre al colegio en el 2015 y al segundo día de clase pasaron los chicos del Centro de Estudiantes convocando a la marcha del 24 de marzo. En la Belgrano el Centro de estudiantes es horizontal no tenemos ni presidente ni presidenta. Todo se decide mediante asambleas, no hay jerarquías. Todos tienen el mismo poder de decisión.

“Yo siempre había ido con mi mamá, nunca había participado de una marcha con un movimiento, de manera organizada. Le conté a mi mamá y me dijo que me acompañaba. Esa fue mi primer marcha con la Belgrano, con mi mamá al lado”. Se ríe Abril y recuerda que se anoto en un colegio con orientación a las artes luego de ver pintar a un grupo de alumnos de ese colegio un mural en la entrada donde ella hoy hace el programa de radio. Ese fue un incentivo, el otro, el más importante y que la llena de orgullo, es por influencia de su abuelo, Osvaldo Antonio Torta, historietista y militante popular que fue inmortalizado por su comic Chatarra, un compañero. Las paredes donde Abril pasa largas tardes preparando su programa o participando de actividades tienen pintadas las historietas de su abuelo.

Él hacia historietas con contenidos políticos. Era peronista y durante la dictadura tenía que romper sus dibujos y tirarlos por el inodoro. Yo soy fanática de mi abuelo, hacía historietas increíbles”.

-¿Él sabía que vos te ibas a anotar en un colegio de Bellas Artes por influencia de él? —le pregunto luego de ver en sus ojos la emoción que le produjo recordar a su abuelo.

–Sí, porque ya lo tenía claro antes de que él muera. Así que si, él dejo este mundo sabiendo que yo iba a seguir vinculada al arte.

La canasta básica en la Ciudad cuesta 16.559 pesos. Más del 15 % de la población porteña es pobre

21.12.2017

La dirección de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires confirmó que la canasta básica de noviembre registró un aumento interanual del 22,2 por ciento y un 1,5 mensual y se situó en 16.559 pesos para una familia tipo. Esa fue la suma que debieron reunir para no caer bajo la línea de pobreza.

La Canasta Básica Alimentaria (CBA) -la cantidad mínima de comida que necesita ese mismo grupo familiar para subsistir y no caer por debajo de la línea de la Indigencia- ascendió a 8129 pesos en noviembre. La CBA mostró así una suba de 2 por ciento en relación a octubre y acumuló un alza de 20,6 por ciento en los últimos 12 meses.

Si bien estas variaciones también son similares a las del Indec, lo cierto es que el costo de la CBA nacional es sensiblemente inferior (6568 pesos).

El Indec informó que el índice de pobreza alcanzó en el primer semestre del año a 28,6 por ciento de los habitantes de los centros urbanos, entre los cuales 6,2  son indigentes, por debajo de la medición de igual período del 2016 que arrojó valores de 32,2 y 6,3 por ciento, respectivamente. La población total en los 31 aglomerados que releva el Indec es de 27,4 millones de personas, distribuida en 8.867.256 hogares.

Los porcentajes presentados significan que, durante el primer semestre, se encuentran por debajo de la línea de pobreza 7.838.005 personas distribuidos en 1.807.590 hogares. En ese conjunto, están incluidas 1.704.883 personas indigentes distribuidas 400.146 hogares.

JUSTICIA POR ABRIL Y ROMI – BASTA DE FEMICIDIOS

19.12.2017

Recurso extraordinario por la absolución de un policía federal. Se presentó ante la Corte Suprema por la absolución del policía federal Daniel Veyga, dictada por el Tribunal Oral Criminal Número 16, en la causa por los asesinatos de Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco, ocurridos hace siete años en Villa Lugano.

En el recurso se plantea la arbitrariedad del fallo del tribunal, integrado por los jueces María Cristina Bértola, Gustavo González Ferrari e Inés Cantisani, que convalidó la versión policial del hecho para absolver al policía. Cabe recordar que Veyga afirmó que disparó contra Lezcano de 17 años y Blanco de 25 en defensa propia ante un intento de robo, aunque los jóvenes fueron baleados; uno en el cuello, y el otro en la ceja y arriba de la oreja; sin forcejeo previo y sin que ellos hayan disparado. Además, poco después del hecho apareció un video en el que se lo ve a Lezcano agonizando dentro de un auto mientras un grupo de policías se burlaba de él. A su vez, los jóvenes, que fueron asesinados en julio de 2009, permanecieron desaparecidos más de dos meses porque un cuerpo fue enterrado como N.N. en el cementerio de la Chacarita, y el otro permaneció en la morgue judicial.

En el juicio, que finalizó en junio de este año, la fiscal Helena Díaz Cano había solicitado 9 años de prisión para Veyga, mientras que la querella había pedido prisión perpetua.

En el recurso se señala además que este fallo estaría sentando un precedente muy peligroso al establecer que para los miembros de las fuerzas de seguridad fuera de funciones, como fue el caso de Veyga, no les sería aplicable la normativa nacional e internacional sobre el uso de la fuerza por parte de funcionarios encargados de hacer cumplir la ley.

Ahora debe esperarse que la Corte acepte el recurso y le pida a la Cámara de Casación que lo trate y dicte, tal como lo solicitan los familiares de las víctimas, una condena conforme a derecho.

Múltiples protestas en distintos puntos de la Ciudad contra el ajuste previsional

18.12.2017

Tras la brutal represión de las fuerzas de seguridad, miles de ciudadanos salieron por la noche a las calles de la Ciudad de Buenos Aires para expresarse en contra del proyecto legislativo.

La jornada de protesta contra la reforma previsional del gobierno de Mauricio Macri continuó tras la brutal represión de la fuerzas de seguridad en el Congreso. Mientras en el Palacio Legislativo se sostiene la votación del proyecto para ajustar sobre los haberes jubilatorios, miles de ciudadanos porteños salieron a la calle a expresarse en contra de la reforma. 

En este contexto, se multiplicaron las protestas en distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires para expresarse en contra del gobierno.  Las manifestaciones se extienden por Caballito, San Cristóbal, Congreso, Colegiales, Barracas, Chacarita, Villa Urquiza, Villa Crespo, Palermo, Flores, Boedo, Monserrat y San Telmo, entre otros barrios. Además, la quinta de Olivos fue uno de los epicentros de la protesta de ciudadanos que expresaron su enojo por la medida impulsada por el oficialismo. Cabe recordar que hoy tras el feroz accionar de la fuerzas de seguridad  más de 40 personas quedaron encarceladas.

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