6.7.2020
Por Iván Barrera y Ana Paula Marangoni
Los muros que separan el hospital José Tiburcio Borda del resto de la sociedad nos devuelven la imagen más fiel de la situación de la salud mental en el país. Según la ley nacional, para este año Argentina debería ser un país libre de instituciones manicomiales. Sin embargo, la radiografía que devuelve el Borda denota la desidia y el abandono tanto del Estado como de la sociedad en su conjunto.
El Borda es uno de esos lugares inasibles de la ciudad de Buenos aires, de los que se dice mucho y se sabe poco. Conocido como el lugar a donde van los locos, con el fantasma de prácticas desopilantes en el pasado como el electroshock, el prejuicio sobre la locura y el estigma de la marginalidad.
“Pobres, viejxs y locxs”, nos decía Florencia Grillo, integrante de Cooperanza, uno de los espacios que voluntariamente van al Borda para compartir con los internos talleres culturales, visibilizando la triple exclusión a la que se enfrentan los y las usuarias de los hospitales.
Del Borda nos acordamos de tanto en tanto, cuando alguna noticia estremecedora sacude por unos días los medios de comunicación y las redes. Sin embargo, el interés nunca dura lo suficiente. El morbo cautiva nuestra atención brevemente, nos preocupa y nos indigna hasta que otra noticia satisface el apetito voyeur de la opinión pública. Reza un dicho muy viejo que “ojos que no ven, corazón que no siente”, y algo de eso sucede entre el parque lindante del edificio y el resto de la ciudad.
Hace unas semanas, una de esas jugosas cuotas de morbosidad atravesó esos muros invisibles. Un usuario del hospital, Jorge Marcheggiano, murió luego de haber sido atacado por una jauría de perros salvajes que conviven en los parques del hospital. Desidia y abandono son algunas de las palabras que emergen a primera vista. Estas muertes, atroces y evitables, no son casuales. ¿Quiénes son sus responsables?
“El caso de Jorge, que lo mató una jauría de perros, no es el único caso. Hace 4 años también hubo otro usuario que supuestamente murió de un paro cardíaco, a nosotros nos habían contado que había sido golpeado por sus compañeros”.
A quien hace referencia es a Gustavo Munghia. No hay registros judiciales ni mediáticos de otra muerte tan sospechosa como evitable. Apenas los comunicados de espacios culturales y sociales que acuden al hospital y que intentan, con sus testimonios, romper con la indiferencia.
Hace un año y medio, Alessandro moría de neumonía: “Alessandro estuvo poco tiempo, venía a Cooperanza y al FAB (Frente de Artistas del Borda). Siempre venía y nos preguntaba cómo estábamos nosotros, en lugar de nosotros a él. Murió a los 20 o 21 años de pulmonía. No tienen ropa acorde a la época, fuman mucho, por ansiedad, porque no tienen nada para hacer. Pudimos ir a verlo al Penna. Para muchos, somos la familia o los amigos que tienen, más allá de los talleres. En el Borda estuvo un año y le agarró la pulmonía. Fue muy fuerte esa pérdida. No murió solo al menos”.
Recientemente, “un usuario de 30 años en el Borda se escapó por la puerta de entrada, lo buscamos con ayuda de la Red Solidaria y la familia. Lo encontramos, volvió y se escapó de nuevo. La respuesta del Borda fue ‘eso suele pasar’. Cuando vuelve de nuevo le hacen el examen de COVID y da positivo”.
También Fernando Aquino, ex usuario del Borda y actual integrante de la radio La Colifata nos acercó su testimonio:
“Esto de los perros siempre estuvo, siempre estuvieron dando vuelta por el hospital. Así como en los barrios, como en José C. Paz o Moreno, hay perros en manada, acá también. A mí hace 10 años también me agarró un perro, me mordió, y me tuve que defender para sacármelo de encima. Terminé en la guardia del hospital Durand para que me hagan las curaciones y fui al Pasteur para la antirrábica y la antitetánica, y tuvo que correr todo por mi cuenta. En ese momento estaba en una actividad de un taller de terapia ocupacional. Mandaron una carta a dirección informando del hecho, pero no pasó nada. Yo pertenezco a La Colifata y de vez en cuando los perros también llegan ahí; cada tanto un perro se revira y se empiezan a atacar entre ellos y hay que separarlos”.
La situación se agrava en contexto de COVID. La falta de insumos es uno de los problemas que convierten la desidia histórica en una situación de emergencia. Los distintos espacios arman campañas para conseguir los insumos que faltan, mientras no pueden asistir directamente por el aislamiento obligatorio. Así lo contó Fernando:
“La necesidad es una constante en el hospital. Los coordinadores de espacios como La Colifata, El FAB o Cooperanza se están haciendo cargo de juntar dinero para comprar lavandina, barbijos, alcohol en gel para llevarles a los pacientes que están internados. No hay muchas respuestas frente a la falta de insumos”.
La historia de Fernando nos permite trazar un recorrido sobre las historias de quienes pasan por ahí, sobre los prejuicios que pesan sobre ellos en una sociedad donde la salud mental es motivo del tabú, de la distancia, la marginación y la incomprensión:
“Yo tuve una internación en el año 96, fue una internación de un año, y a partir de ahí comencé a participar en los talleres del Frente de Artistas del Borda y después, en el 2000, me integré a La Colifata, donde participo hasta el día de hoy. Yo realizo la tarea de prevención en salud, participo en la radio y escribo, realizamos muchas acciones para que se apoyen las actividades que se realizan en el Borda. Yo pienso que un poco estas cuestiones que están pasando ya se veían venir. El hospital es un lugar donde no hay mucha higiene, no hay jabón para los usuarios. No hay condiciones dignas de vida. Los tratamientos a veces se quedan cortos. Yo salí de la internación, mi familia siempre se responsabilizó por mí, y yo le tuve que poner mucho sacrificio, salir a trabajar, siempre luchando, no dejarme creer ni que me crean como un discapacitado.
A la vez que te digo esto, te cuento que nosotros vivimos de pensiones porque la sociedad no acepta mucho la locura, la acepta románticamente. Pero nosotros vivimos con la moneda al día, vivimos como vive una persona en la pobreza, no hay planes de vivienda para nosotros, no hay planes laborales, no hay planes para subsistir ni para la integración, y si hay, son muy pocos. Yo también estuve del otro lado de la sociedad y sé de las opiniones que tiene la gente sobre las personas internadas. Las tareas de la radio, del FAB y del libro que escribimos busca también que la gente tenga otra visión y sea más aceptada la locura. ¿Quién no tiene un delirio en el mundo? ¿Quién no tiene depresión o angustia? Si te das cuenta un poco, las grandes personas que manejan el poder tienen esos delirios y son delirios que hacen mal a los otros.
Esa es mi historia. Yo me integré a las patas de la sociedad. Muchos problemas no son mentales, son sociales, de no permitir al otro que sea parte de nuestra sociedad. El Borda para mí es un lugar donde la gente de bien, los estudiantes, hacen sus prácticas y parece que el loco que está adentro es “la materia prima” del que hace las prácticas. Imaginate que ahora que estamos en cuarentena, se suspendieron los consultorios externos, estamos haciendo comunicaciones con La Colifata por Zoom, vía Francia, por Whatsapp y nunca hubo una propuesta de un doctor para decirme ‘hagamos una charla entre nosotros’. Es un poco así la situación, el acostumbramiento que llevan los profesionales y los enfermeros. A veces, cuando uno habla así, parece que está hablando mal de ellos, pero es la naturaleza que tienen sobre la enfermedad. De que ‘es así’ y ‘qué vamos a hacer, las cosas son así’. Yo veo un poco por lo que me pasó a mí, por lo que le pasó a los compañeros. Hay cosas que se ven a simple vista y pueden ser mejoradas.”
Mientras, el Gobierno de la Ciudad parece no responder al amparo judicial presentado por el CELS. La Ley Nacional de Salud Mental flota como un fantasma inconcluso mientras los manicomios continúan siendo espacios que, en definitiva, atentan contra la salud física y mental.
“En los últimos años hubo altas indiscriminadas, sin tener el exterior un cupo habitacional, con muchachos que no tienen la plata para sobrevivir y terminan en Constitución, viviendo en la calle, pidiendo limosna o volviendo al único lugar que conocen que es el Borda o el Moyano. Debe haber entre 500 y 600 pacientes hoy.
Ahora estamos viendo que vienen muchos por problema de drogadicción y más jóvenes que adultos. Hay muchos adultos que no tienen familiares o con familiares que no pueden hacerse cargo en la casa. Generalmente, tienen subsidio habitacional o cobran jubilaciones.
En el último tiempo vemos que en invierno hay gente mayor en remera o sin zapatillas, tratamos de ver cómo ayudarlos. Ahora estamos tratando de ver en dónde están y qué necesitan. Actualmente estamos viendo muchos que llegan por problemas de adicciones, porque están en un disturbio en la vía pública, o tienen un principio de enfermedad y los mandan al Borda o Moyano.
Respecto a la situación de abandono, el personal de salud nunca tuvo artículos de higiene ni los barbijos correspondientes. Hoy en día, las enfermeras y les de limpieza llevan el hospital al hombro, básicamente. Hubo una marcha hace más de un mes por el primer caso de COVID. Y recientemente se reclamó por el bono de las enfermeras que no se les otorgó, aparte de insumos.
Más allá de que no se cumple la Ley Nacional de Salud Mental, ni la 448 ni la 156 (que son de la Ciudad de Buenos Aires), el hospital ya tiene la medicalización como práctica de salud mental, los equipos interdisciplinarios no existen y las y los trabajadores sociales son 1 o 2 para entre 500 y 600 usuarios del sistema de salud. También deberían darles posibilidades a los talleres, no solo que estén medicados dando vueltas en el patio o en la cama. Es un trabajo de todos incentivarlos, de médicos y enfermeros.
Hoy estamos sin insumos y no hay datos certeros sobre la cantidad de infectados. Hay seguridad, pero solo está para controlar cuando hay talleres para que no se saquen fotos, que los talleres no hagan mucho ruido.
La responsabilidad es dar insumos. Nosotros desde Cooperanza estamos acopiando plata para insumos y barbijos. Ahora hay un amparo del CELS para que pongan insumos que por ahora no están llegando.
Los manicomios hoy no deberían existir. Los usuarios de alta deberían tener un complejo habitacional que puedan pagar, que vuelvan a la sociedad con algo para hacer, con un oficio. Cuando Macri fue Jefe de Gobierno hubo un servicio que demolieron durante la madrugada y usuarios del sistema de salud tuvieron que defender su espacio y lo derribaron igual a base de gases y balas de goma.
A la persona que entró con un oficio, le pasa que la medicación y la dejadez lo destruyen. El GCBA debe ser responsable de reinsertarlo a la sociedad, que no sea un peso. Es salud pública, salud mental, tenés que dar recursos para que vuelvan a la sociedad, no para que sean nuevamente eyectados de la sociedad y vuelva al Borda. No solo el Estado, todos somos responsables. Pero que por lo menos el Estado no demuela algo que es de todos.
La primera solución es que la Ciudad dé los insumos que hacen falta, porque nosotros conseguimos barbijos de tela pero se necesitan los quirúrgicos. Más allá de eso, el predio es grande y el GCBA tiene un negocio inmobiliario detrás. Y la salud mental no es un negocio, no es redituable. Si no la peleamos entre los actores sociales que estamos pujando por que se ejecuten las leyes nacionales y municipales de salud mental básica, no hay solución posible. Hay que seguir con los talleres y dar la lucha que se tenga que dar contra ese negocio inmobiliario. También pasa que desde la Facultad de Medicina ya salen con que el loco es loco y el esquizofrénico es esquizofrénico y lo cosifican. Es una cosa y no sale de ahí. Hay que aislarlo y ya está, me desligo de ese ‘diagnóstico’, porque ni siquiera es un ser humano. Es una visión que hay que cambiar de todos lados: medicina, psicología, de todos lados”.
Cuesta agregar palabras a las de quienes habitan o trabajan en el Borda para que sea un lugar diferente. Están lxs responsables políticos por las leyes que no se cumplen, la desidia de la salud pública, los negocios inmobiliarios y una desmanicomialización que nunca llega. Y está la sociedad de la que formamos parte, la que reproduce exclusiones y le da a la espalda a quienes que no encajan en una supuesta normalidad. La pregunta es: ¿quiénes son lxs delirantes? ¿Cuántos muros más vamos a levantar en nombre de la salud?