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Primer informe: covid-19 y conflictividad laboral en supermercados del AMBA

14.7.2020

Por Trabajadores de Comercio de La Red

Según el primer informe, ya son más de 900 casos positivos y 72 sucursales en conflicto en el AMBA.

A continuación, presentamos el informe realizado en base al relevamiento no exhaustivo de casos de COVID-19 y conflictos laborales por condiciones de salubridad e higiene en supermercados e hipermercados del AMBA. Lo construimos a partir de las decenas de denuncias semanales que nos llegan a este diario, así como de trabajadores de comercio que se están organizando en [La Red Precarizadxs, del relevamiento semanal que realizamos en base a fuentes periodísticas y del relevamiento que se encuentra realizando diariamente un sector de trabajadores de comercio.

Observaciones preliminares

Hay un elemento común que recorre todos los casos: las empresas de supermercados tienen responsabilidad directa en el aumento exponencial de casos de COVID-19. Como muestran las denuncias que nos llegan a diario, es moneda corriente el ocultamiento de casos para no verse obligadas a cerrar sucursales y/o aplicar protocolos y medidas sanitarias necesarias. El sindicato, lejos de realizar un relevamiento propio y estar a la cabeza de exigir las condiciones necesarias, actúa de correa de transmisión de la política patronal. A su vez, venimos registrando una conflictividad laboral creciente, sin dudas acicateada por esta situación.
Al momento de publicar este informe, existe un promedio de 25 casos nuevos diarios entre los trabajadores/as. Un 100% por encima del promedio de hace dos semanas y totalizando aproximadamente alrededor de 900 casos en lo que va de la cuarentena.
Los 900 casos positivos se distribuyen entre 264 establecimientos relevados en el AMBA. 768 se concentran entre las principales marcas, correspondiendo por lejos el podio a COTO que concentra 427 casos. Además, resulta significativo el registro de 72 conflictos laborales motivados por el persistente incumplimiento del protocolo ante casos de COVID-19 sospechosos, así como por condiciones necesarias de salubridad e higiene en cada establecimiento. En el 30% de los establecimientos, sus trabajadores realizaron protestas y /o medidas de fuerza como respuesta a esta situación.
Resulta llamativo que a esta altura no existan medidas por parte del Estado ni protocolos específicos que protejan la vida de este sector esencial de la clase trabajadora, más aún cuando está demostrado que sus lugares de trabajo se convirtieron en verdaderos focos de contagio.

Ganadores y perdedores en tiempos de pandemia

Toda crisis tiene sus ganadores y perdedores. La cuarentena es rica en definiciones que ilustran esto. Las cadenas de supermercados e hipermercados están entre los claros ganadores en esta coyuntura, aunque no podemos decir lo mismo de sus trabajadores. De un lado, se registran aumentos de precios por encima de la inflación y ventas extraordinarias. Del otro, congelamiento salarial, pésimas condiciones de higiene y salubridad, así como una precarización y multifuncionalidad laboral creciente.
Como consecuencia de la pandemia, y fundamentalmente entre las primeras semanas de aislamiento, registraron ventas extraordinarias en comparación a años anteriores gracias al incremento de la comercialización de alimentos y productos de higiene personal como alcohol en gel. Según la Encuesta de Supermercados del INDEC, las ventas acumuladas a abril 2020 de las 101 principales cadenas de supermercados e hipermercados, muestran un incremento real del 3,4% por encima del mismo período del año pasado (INDEC, Encuesta de supermercados y autoservicios mayoristas, abril 2020).
A su vez, en abril se vuelve a ratificar una tendencia que se sostiene desde principio de año: los precios del rubro “alimentos y bebidas no alcohólicas” son los de mayor crecimiento de toda la economía argentina. Una evolución que dicho sea de paso, no se condice con los “costos” generales de dichas empresas los cuales disminuyeron en términos reales por distintos motivos: a) Congelamiento salarial desde marzo; b) Quienes se encuentran de licencia por pertenecer a grupos de riesgo sufrieron reducciones salariales del 25%; c) Las nóminas salariales reciben hasta el 50% del subsidio estatal sobre los sueldos; d) Transporte y logística registran incrementos menores a otros meses al igual que los servicios públicos como el agua, gas, electricidad (SEyE, Evolución comparativa de precios minoristas y mayoristas, mayo 2020).
Según otro estudio publicado recientemente que se propone analizar escenarios económicos post pandemia en Argentina, existe una constante entre los 7 escenarios posibles que plantea para el sector de comercio: En todos ellos, incluso el más optimista, los trabajadores son los claros perdedores. El derrotero incluye desde rebajas salariales del 25% para los no esenciales del sector, hasta el despido de más de 300.000 trabajadores registrados y, en el mejor de los casos, una recomposición salarial por debajo de la inflación (SEyE, Escenarios posibles post pandemia, junio 2020).
El cuadro real de conjunto es peor aún si contabilizamos a los miles que no se encuentran registrados ni tienen derechos laborales y son la principal variable de ajuste. No es un dato menor si tenemos en cuenta además, que esta rama concentra alrededor del 40% de empleo sin registrar en el país (detrás del servicio doméstico y la construcción).

Precarización y flexibilización laboral, marca registrada

Desde hace décadas, las condiciones de trabajo en supermercados e hipermercados son un verdadero laboratorio neoliberal. Estas empresas hacen uso tanto de la llamada flexibilización “externa” a través de la contratación precaria mediante agencias y la tercerización de distintas tareas, como “interna” con horarios rotativos, jornadas extenuantes, horas extras no retribuidas como tales, multifuncionalidad, presión constante de las jefaturas, las cuales derivan en distintas enfermedades laborales.
Esta situación se está viendo agravada en medio de la pandemia, la cual es utilizada de excusa para no respetar categorías establecidas por contrato, horarios de trabajo y/o tareas, y para imponer congelamientos salariales o actualizaciones por debajo de la inflación con la complicidad de la cúpula sindical de comercio.
Hay sobradas muestras de desprecio de estas empresas hacia la vida de los trabajadores. Como puede verse en el video que trascendió el lunes pasado donde se ve cómo un gerente de Coto de la sucursal Lanús amenaza a trabajadores e inspectores para evitar el cierre de una sucursal, que cuenta con más de 20 casos confirmados entre sus trabajadores (sin tener en cuenta sus familias y contactos estrechos), o en la sucursal Boedo de la misma marca, que actualmente cuenta con 27 casos positivos y, a pesar de varias denuncias de sus trabajadores, hicieron lo imposible para evitar cerrar preventivamente.

Conflictividad laboral en aumento

Las características que viene presentando la dinámica de los conflictos en el sector permiten concluir a primera vista que, en la medida en que fue creciendo exponencialmente el contagio, lo hizo también el nivel de conflictividad. En todos los casos estuvo ligado a exigencias a las empresas con el objetivo que apliquen el protocolo ante casos sospechosos, así como condiciones de salubridad e higiene tales como insumos de protección para los trabajadores, desinfección de línea de cajas, salón de ventas, comedores, depósitos, vestuarios.
Desde el inicio de la pandemia, registramos al menos 72 sucursales donde se llevaron adelante conflictos laborales que cumplen las mencionadas características. 49 corresponden a la francesa Carrefour, entre los cuales podemos destacar las sucursales de Tres de Febrero, José C. Paz, Pilar y otras de CABA (como el sucedido recientemente en el barrio San Nicolás de CABA) donde sus trabajadores pararon y/o lograron cerrar dichos establecimientos hasta que la empresa cumpla con los insumos necesarios, desinfecte y aplique correctamente el protocolo.
En todos los casos, se trata de conflictos impulsados por las propias bases, o delegados independientes al gremio de Cavalieri, quien actúa como un integrante más de la cámara empresarial de atentando contra la vida de trabajadores, sus familias y clientes que circulan por miles diariamente en cada sucursal.
Desde el inicio de la cuarentena a esta parte, sobran ejemplos que muestran que son los propios trabajadores quienes deben decidir y garantizar el cumplimiento estricto de los protocolos, el aislamiento correspondiente y demás medidas necesarias para proteger su salud y la de sus familias.
En Carrefour del barrio de San Nicolás los propios trabajadores cerraron el comercio exigiendo que se realicen los hisopados correspondientes y continúan denunciando la falta de elementos de seguridad e higiene. Una medida similar tomaron los trabajadores de sucursal de la misma empresa en la localidad de Martín Coronado, en otra sucursal de la Zona norte de la CABA o incluso más al norte en la localidad de Pilar, donde los trabajadores impusieron la clausura municipal.

Las vidas trabajadoras importan

La multiplicación de contagios totalmente evitables y denuncias por no respetar las medidas de seguridad se cuentan por miles entre los trabajadores esenciales. Los trabajadores de la salud representan cerca del 10% de los contagios y a su vez existen muchas denuncias por falta de recursos. En locales de comida y otro tipo de comercios esenciales la curva se disparó las últimas semanas, pero también en distintas ramas y establecimientos donde no se realiza producción esencial. Esto sucede, debido a que las patronales con el objetivo de incrementar aún más sus márgenes de ganancia exponen a sus trabajadores y sus familias al contagio sin ningún tipo de inversión en condiciones sanitarias ni planificación del abastecimiento acorde al distanciamiento social necesario.
El Estado y el gobierno provincial no controlan ni inspeccionan la aplicación de los protocolos existentes. En estos sectores, también fueron los trabajadores quienes se organizaron para lograr la aplicación de los protocolos y condiciones de salubridad. Así lo hicieron en Mondelez Pacheco y en Bridgestone, donde los delegados impusieron a través de asambleas, o paros, la aplicación de protocolos. También lo hicieron los trabajadores aeronáuticos al inicio de la pandemia, y lo siguieron haciendo en las diversas fábricas y ramas industriales a través de reclamos, juntadas de firmas, medidas de fuerza.
Los grandes medios de comunicación, como es de esperar, priorizan las pautas publicitarias de estas empresas impidiendo que las denuncias de sus trabajadores puedan difundirse y se refleje la magnitud real del problema. Los esenciales son los grandes ausentes en los canales de televisión y discursos presidenciales por igual.
Por todo esto, ayudanos a difundir y mantener el relevamiento actualizado para dar cuenta cómo viven la pandemia los sectores que se encuentran en la primera línea de comercio. Tu denuncia es necesaria.
Dejanos tu denuncia por whatsapp: 11-2340-9564
O escribinos al IG: @lared.precarizadxs

Desalojo migrante en CABA

14.7.2020

Desde el Bloque de Trabajadorxs Migrantes denunciaron que este domingo 12 de julio por la noche fue desalojado uno de sus integrantes, un compañero de la comunidad senegalesa, del departamento donde residía en Floresta. Se presentó de inmediato una denuncia ante la Comisaría Vecinal 10A de Floresta, a través de la Defensoría del Pueblo de Ciudad y el Ministerio Público de Defensa de Ciudad.

“Desde el inicio del Aislamiento Social Obligatorio decretado el 20 de marzo, lxs trabajadorxs excluidxs y precarizadxs reclamamos medidas que nos protejan en este contexto de crisis sanitaria, económica y social. En su oportunidad, celebramos el Decreto de Necesidad y Urgencia 320/20 del Ejecutivo Nacional, que suspende los desalojos por incumplimiento de pago, prorroga los contratos y congela los precios de alquiler hasta el 30 de septiembre. Sin embargo, vemos con preocupación cómo la administración de Horacio Rodríguez Larreta no está velando por el cumplimiento de estas medidas en la ciudad de Buenos Aires. En repetidas ocasiones hemos recibido denuncias de desalojos de familias de hoteles, habitaciones y departamentos, en los cuales se ha ignorado por completo el DNU 320/20”, afirmaron desde el Bloque de Trabajadorxs Migrantes.
En este sentido, exigen que se respete el DNU 320/20 y que efectivamente se frenen todos los desalojos, en especial en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde – según describen – la falta de acción del gobierno está poniendo en riesgo la integridad de muchas familias trabajadoras: “En especial de muchas familias migrantes se encuentran en extrema vulnerabilidad y total desprotección en este contexto de pandemia, pues han tenido que interrumpir sus actividades laborales en la vía pública y además tampoco han podido acceder a medidas estatales de contención económica como el IFE”.

Sobrevida, desamparo y muerte en la calle

12.7.2020

Por Claudia Rafael

Entre las bocas de fuego de la imagen hubo una mujer. Un ser humano. Y fue la vida misma apagándose entre las llamas en lo que fue su casa: tenía la escritura provisoria (hasta que los desalojadores compulsivos dijeran lo contrario) de un trozo de vereda con la autopista como techo. Alguien o algunos –la verdad nunca hace luz sobre los márgenes- la roció seguramente con algún líquido y la hizo arder. No hay identidad, no hay nombre y cuando lo hay nadie tiene la certeza de su verosimilitud. Después de todo, cuenta a APe Barby Alegre, de la organización Sopa de Letras, “hay quienes olvidan sus nombres después de hacerse de llamar de otra manera durante años. Y también hay quienes prefieren elegir el propio”.

“Nosotros pasamos por ahí el domingo al mediodía. En Virrey Ceballos, entre San Juan y Cochabamba. Y creímos que sólo habían quemado las cosas. Pero sabemos que el sábado a la noche alguien prendió fuego en una de las ranchadas y estamos averiguando en hospitales pero todavía no tenemos claridad”, contó a APe cuando todavía no habían logrado confirmar la muerte. “En ese lugar –describió ayer en la tarde- suele haber varias personas, que van y vienen. Y por eso mismo no hay certeza de quién es la víctima. Tenemos muchísima bronca y muchísimo dolor. Queremos que este horror sea visible. Porque sea la chica que imaginamos que es o cualquier otra son las mismas personas que acompañamos todos los días, a quienes llevamos la comida, de quienes escuchamos sus historias”.
Barby cuenta de los quemados. De las casitas hundidas entre cenizas. Del hombre prendido fuego por los dos vecinos de Mataderos hace un año y de los otros dos que murieron entre las llamas en las barrancas de Belgrano. Reconstruye la historia de la familia que vivía en una casa rodante en Boedo. “Nosotros los ayudamos a construirla. Allí viven una pareja con siete hijas e hijos. Tuvieron mucha suerte porque perdieron todo pero nadie murió”.
Son las historias de los subsuelos del sistema. Que invisibiliza a los nadies o toma –a través de sus brazos vengadores- la decisión de borrarlos definitivamente de la vida.
A los 33, una mujer vive con su hijito de 8. Desde la vidriera de ese submundo al que los arrinconó un modelo que trasciende pandemias y covides el niño mira. Ve a los hombres astronautas descender del camión, dispuestos a manguerearlos. Intuye que no es una amenaza. Y acierta una vez más de tantas. Hace demasiado frío. La madre del niño le contó a Barby la escena que los dejó sin nada esta semana.
Desde Sopa de Letras le quita el velo a muchas otras crónicas de las ranchadas. Apura el diálogo con APe porque tiene que volver a poner el cuerpo en las calles del sur porteño y de Lanús. Donde coincide en la entrevista virtual con Jonatan Zaín, Julieta Garay y Marina Bo, los tres de la organización Bondi Sur. Todos ellos son los ojos de los caídos, de los rotos, los que fueron cayendo por los acantilados del modelo hace dos o tres años o los que empiezan a asomar por las ollas callejeras hace escaso mes y medio o dos, en plena pandemia. También están “esos pibes de 30 que viven en la calle hace 17 ó 18. Pasaron por todo. Por casas, por instituciones pero pasaron la mayor parte de sus vidas en la calle”, cuenta Jona mientras habla del espacio que se armaron hace ya tiempo en la estación de trenes de Lanús y al que uno de esos pibes asiste jueves y domingos por la noche.

“No podés estar acá…”

José tiene 38 años y es paraguayo. Las calles del sur del conurbano son su territorio. “A mí la policía me echó un montón de veces de los lugares en los que paro. Me siento como una pelota de ping pong, como un perro, de un lugar a otro. A veces no sé qué voy a hacer: circule, circule, te dicen. No me dejaron ni ir al baño. Personas como yo que no tenemos dónde caer muertos… Creen que llevamos esta vida por gusto de estar así. Y eso me baja el ánimo, las ganas de vivir se te quitan, porque no sos un animal, sos una persona. No puedo pasar a Constitución porque no te permiten, no puedo irme. Falta un poquito más de amparo, de gente que te entienda. Dónde voy a estar yo mientras no pueda ir a ninguna parte… yo soy una persona en su sano juicio, asimilo las cosas, qué puedo hacer. Acá si me pongo a dormir no le puedo hacer mal a nadie. Me pueden prender fuego, que son los riesgos que uno corre. Me trabaja la cabeza, me puede pasar. Antes de la cuarentena los chicos que salían de fiestas te veían y te zarandeaban, se te morían de risa. Ahora no son ellos, la policía te hace salir, no podés estar acá, pero qué puedo hacer… me voy a la plaza y otra vez viene el patrullero. Me vengo a la estación, acá no podés estar… tengo paciencia pero me indigna, me frustra…”

Reglas de la calle

Bondi Sur mira el rostro del pibe de 30 y lo rescata con una sistematicidad de años del sitial del olvido cada jueves y cada domingo. Jona, Barby, Julieta y Marina hablan de viejos anclados en las calles desde que la circularidad de los márgenes los va llevando a dejar de pagar la luz, a no tener gas, a quedar a oscuras y con techo para dormir pero platos vacíos para comer.
Demasiadas veces hay una pulseada con integrantes de fuerzas de seguridad. “Algunas veces tuvimos que sacarle pibes a la policía cuando los estaban corriendo. Pero lo que suelen hacer es verduguearlos hasta cansarlos”, desgrana Jona. Y Marina acompaña el relato: “Están buscando la reacción. No es directamente la violencia sino provocar un por qué para actuar. Hay muchos chicos que están en consumo, en la plaza, y cuando estamos las organizaciones sociales no los provocan tanto, pero hay muchas veces en que están realmente densos”.
La pandemia les cambió el escenario y sus protagonistas. “Si bien tenemos personas que son históricas, que están con nosotros desde hace años, hay unos cuantos que encontraron ollas nuevas más cercanas al lugar en el que paran o en el que viven y dejaron de venir. Pero apareció mucha otra gente, con o sin techo, que recurre a nosotros por la pandemia. Hay un muchacho que viene desde Claypole; otro, que era voluntario de una organización en capital y era de Lanús que cuando se quedó sin trabajo en la pandemia empezó a venir a comer a la estación. Hay una mujer, Norma, que tiene cerca de 80 años que vive a 10 cuadras de la estación y viene a comer. Y nosotros le queremos llevar el bolsón a la casa y no acepta, porque quiere venir”. Se juegan seguramente crónicas de soledad y aislamiento. Y Norma, como tantos, necesita de la palabra compartida.
La calle tiene otras reglas. Ajenas a los protocolos ministeriales. El pico de botella o el faso compartido, el calor humano de dormir cuerpo a cuerpo en una vereda y entre cartones, la cercanía imprescindible que no sabe de alcoholes en gel o lavandinas, el barbijo que pasa de manos y cubre de repente otras narices y otras bocas. “Pero es lo que hay, reflexiona Jona. Hay muchos que por la desesperación, para conseguir un mango para llevar a la casa, hacen cosas que saben que los ponen en riesgo por más que no quieran. Y además, cuando vuelven a la casa no pueden desinfectar todo lo que traían, un baño, cambios de ropa. Ya sus vidas mismas son un riesgo”.
Julieta necesita seguramente hacer a un lado la oscuridad. Y elige, a la hora de privilegiar imágenes que le dejaron marcas, el momento de decir a la gente que retira el bolsón que no pueden ampliar el número de quienes lo recibirán: “entregamos dos bolsas. La de comida y la de higiene. La realidad es que no sabemos cómo llegar de una semana a otra, cómo conseguir las cosas. Por ahí algunos de los que se llevan el bolsón traían el nombre de gente de su entorno que necesitaba también. Y a nosotros no nos da. Entonces propusimos que entregaríamos algo más pero que lo tendrían que compartir y la gente, para nuestra alegría, se súper prendió”. Para seguir caminando hace falta reconciliarse con esa humanidad que no quema a una mujer que vive en la calle sino que elige compartir lo poco que queda.
El mismo dulzor le dejó a Marina un episodio personal doloroso. “Hace unos meses, al inicio de la pandemia, mi mamá fue hospitalizada de urgencia en el Evita de Lanús. En medio de la incertidumbre de no saber cómo seguía mi mamá, que estaba muy grave, yo deambulaba perdida, esperando un milagro, y me encuentro con uno de los compañeros que vive ahí por el hospital, en la calle. El me vio y me brindó lo que por ahí yo le di durante tanto tiempo, la contención, la escucha, el abrazo. Invertimos los roles, él me escuchó y me acompañó en ese momento que para mí era muy difícil. Es algo que guardo en el corazón”.

Quien llega primero…

El más viejo en años de calle primerea. “Los que viven hace años en la calle se saben mover. Tienen calculados los tiempos según los horarios de las ollas. Los que son nuevos, muchos abuelos, asoman con el tuper y esperan, como con vergüenza. Se acercan cuando ya no queda nada para entregar. Aparece mucha gente bien vestida, que tuvo años de trabajo, que tenían casa, pero dejaron de pagar la luz y se las cortaron, dejaron de tomar los medicamentos. En pleno invierno, un viejito jubilado, llegaba en ojotas a la estación de Lanús desde Capital. Contaba que se levantaba llorando de hambre. Cuando supimos que vivía cerca de nuestra sede en capital, pudimos ayudarlo a que pudiera empezar a cobrar algo mínimo. Va a nuestra sede a comer”, suelta Barby.
Los más nuevos y los más desarrapados abundan en sus precariedades. Un hombre dormía, en plena lluvia, en una plaza de Lanús. “Estaban él y sus pertenencias en el medio del charco de agua. Cuando un compañero nuestro llegó a tratar de ayudarlo, se encontró con un camión limpiando bajo la lluvia. Era de la municipalidad de Lanús, y estaban diciendo que iban a llamar a la policía. Tiraron todas las cosas del hombre en el camión que se quedó sin nada”.
Son los habitantes del desarraigo. Los pobladores de la intemperie. Los que cayeron de todos los mapas. Abrupta o paulatinamente. Los que perdieron o los que nacieron y crecieron sin el estatus de sujetos. Los que pueden ser mirados como si fueran transparentes. Sin ver en sus rostros ajados siquiera los harapos de su humanidad. Qué mal puedo hacer durmiendo acá, se pregunta José. Tal vez sea el simple mal de existir.
Y una vez más se cincela al futuro con el formato indecible de la tristeza.
Habrá que arremangarse de ternuras para nockear a la crueldad en el cuadrilátero de la Historia.

Una vez más: vecinas de la Villa 21-24 se movilizaron por la falta de luz y agua

10.7.2020

En la tarde del jueves 9 se movilizaron desde Iriarte y Luna hacia la Jefatura de Gobierno, donde leyeron un documento consensuado entre las organizaciones convocantes y exigieron respuestas.

Vecinos y vecinas de la Villa 21-24 y Zabaleta del barrio de barracas, nucleados en la junta vecinal del barrio, la “Red de mujeres y disidencias” y demás organizaciones territoriales se vienen organizando hace tiempo para exigir respuestas al Gobierno y a las empresas de servicios, por la falta de agua y luz.
Este no es su primer reclamo, vienen desde que empezó la cuarentena exigiendo una respuesta, ya que esta situación que viene de años, en medio de la pandemia se agudiza al extremo.
Sufren cortes constantemente, perdiendo electrodomésticos porque se queman, perdiendo comida porque se pudre, sin poder higienizarse ni poder cocinar, y con su vida totalmente expuesta por las explosiones de los transformadores y aparatos de luz, o usando velas aumentando las posibilidades de que haya accidentes e incendios. Esta situación es insostenible en medio de la cuarentena, y el slogan “Quédate en casa” es imposible realizar.
Da bronca que esto suceda, pero aún más si tenemos en cuenta que esta situación se da en la ciudad más rica del país, donde las empresas de servicio como Metrogas, Edesur, y otras, se llenan de plata sin invertir un peso en mejorar esta situación mientras el estado nacional los subsidia.
O el caso de de la empresa de servicios de agua, Aysa, donde el gobierno nacional tiene a Malena Galmarini en su directorio y se pasa la pelota con Larreta, sobre quien es el responsable, mientras el agua no llega a los barrios vulnerables.
La diputada porteña del Frente de Izquierda, Alejandrina Barry, se solidarizó en las redes sociales: “Fui por muchos años operadora social en ese mismo barrio y los problemas de agua y luz son desde siempre. No puede ser que aun y en medio de esta crisis sanitaria, se siga sin dar respuesta a las vecinas. Es necesario declarar la emergencia alimentaria, habitacional y sanitaria, como reclaman los vecinos”.
Y agregó: “Esta situación se da en todos los barrios vulnerables, mientras el Gobierno y las empresas prestatarias se tiran la pelota sobre quién es el responsable. Eso si los subsidios a las privatizadas son incuestionables. Solo un plan integral de emergencia, financiado con impuestos a las grandes fortunas, como estas mismas empresas, podría ser el camino a resolver definitivamente este flagelo”.
La organización y la lucha, coordinando con otros sectores y uniendo el conjunto de las peleas contra los gobiernos, es la única forma que tenemos de pelear por mejorar nuestras condiciones de vida, enfrentar la pandemia e impedir que la crisis sanitaria, económica y social recaiga sobre los trabajadores y sectores populares.

El Borda desbordado (II): la emergencia histórica que nadie quiere ver

8.7.2020

Por Iván Barrera y Ana Paula Marangoni*

En diálogo con Daniel Ricardo Calvo, coordinador del taller de Periodismo y Comunicación del Frente de Artistas del Borda, recuperamos la historia de la institución, del confinamiento, del maltrato y del abandono hacia quienes institucionalmente no son aptos para la sociedad.

¿Qué situaciones de abandono viene atravesando el Borda desde antes de la pandemia? ¿Cuál es la situación actual?
El hospital viene teniendo situaciones de abandono desde sus orígenes. Es una institución con un pasado muy negro en relación con los métodos que utilizaban. Antes del chaleco químico, como nosotros llamamos a los medicamentos que se utilizan en los padecimientos mentales (en exceso, porque se sobremedica), se empleaban otros métodos totalmente crueles, tales como el electroshock, los manguerazos de agua fría, atar pacientes a la cama o celdas de aislamiento. Métodos propios de los manicomios de todo el mundo que se trasladaron al José Tiburcio Borda.
Con el comienzo de los grandes laboratorios y de la medicación de forma masiva, comenzaron a aplicar grandes dosis para mantener en un estado catatónico a los usuarios. El Estado de abandono es en todos los sentidos: la comida siempre fue terrible; la ropa que se les da viene de donaciones que por supuesto son usadas, no son a medida y no se adaptan a las personas. Si uno no tenía un aspecto de loco al ingresar, a partir de la ropa y el calzado se transforma en uno. Las condiciones internas son pésimas, a las 19 horas se les da a los usuarios la medicación junto con la cena, y su jornada queda terminada.
El abandono también corresponde a la familia, o a los amigos y conocidos. Es un tema complicado porque es fácil decir que la familia te abandona, pero todas las personas que están en los manicomios públicos son pobres y pertenecen a grupos familiares muy pobres, son familias que viven en el tercer cordón del Gran Buenos Aires o en las villas de la Ciudad. Entonces, trasladarse hasta el hospital hoy por hoy lleva un costo en el pasaje al que tienen que sumarle el llevarle algo al internado, un alimento, gaseosa, cigarrillos. Todo eso involucra un gasto que es muy difícil sobrellevar, más en este tiempo.
A su vez, está el tema de que las familias tienen sacralizado el uniforme blanco del doctor, el cual significa una súper autoridad, una voz autorizada; y si el doctor le dice que va a estar mejor, que ese es el lugar adecuado para ese padecimiento, confían ciegamente. Hace un tiempo, uno de los médicos habló con la madre de un usuario y le dijo que le iban a hacer un tratamiento. Se lo explicó en términos científicos, pero se trataba de sesiones de electroshock, y la madre lo autorizó por desconocimiento total de lo que implicaba.
También está el abandono de la sociedad, la estigmatización. Una persona que está o pasó por un manicomio es considerado un descarte de la sociedad, alguien que no produce, que no sirve para el sistema, que no vota. Está ahí amontonado como un resabio de la sociedad. Eso es estigmatizante. Cuando uno sale, busca trabajo y se enteran de que pasó por un manicomio es como si llevase un sello en la frente que lo va a llevar por toda la vida. Lo mismo que pasa en las cárceles.
La situación actual no difiere mucho del pasado. Esta solo se agrava por la situación del COVID. Los usuarios internados siempre padecieron una situación de abandono, de confinamiento o aislamiento; paradójicamente, hoy toda la sociedad está viviendo parte de lo que ellos experimentaron siempre. Aislados en un servicio, en un pabellón, en un manicomio, aislados de toda su familia. Ahora es todo más grave porque antes contaban con organizaciones sociales que trabajaban dentro del hospital pero que siempre fueron ajenas al mismo -el cual nos estigmatiza por estar supuestamente en contra de los saberes psiquiátricos; para ellos deberíamos estar presos por uso indebido de la medicina-. El hospital considera que son los únicos que tienen el saber para el tratamiento de padecimientos mentales.
Ahora todo se agrava por las medidas: tener que andar con barbijo, lavarse con alcohol en gel, que es lo que recomienda el Gobierno Nacional y el Gobierno de la Ciudad. Pero hoy en el Borda no hay esos elementos, no hay barbijos, no hay jabón, no hay alcohol ni en gel ni líquido, no se cuenta con insumos. Esa es otra forma de abandono, que no solo sucede con los usuarios internados, sucede con todos los profesionales que trabajan dentro de los manicomios. La enfermería, las y los médicos, psicólogos, el personal de limpieza, de cocina, no cuentan con los elementos básicos. Un enfermero que debería tener un barbijo cada 2 horas. -que es su tiempo útil- tiene que usarlo por una jornada de hasta 12 horas. Los elementos de higiene y limpieza los tienen que proveer ellos. Los pedidos han sido constantes por parte de los profesionales y de quienes trabajan en el hospital. La consecuencia inmediata es que el COVID haya entrado en el Borda así como entró en las villas. Estos casos no son solo de usuarios, sino también de médicos, enfermeros y enfermeras.

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