20.12.2020
Por Victoria Albornoz Saroff
De manera unánime, referentes de organizaciones agrupadas, afirman que esta fragilidad de la escena independiente no se originó en la actual crisis sanitaria, sino que viene desde hace un largo tiempo, y que pese a la reactivación de muchas actividades, la cultura independiente no volvió.
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Este lunes 14 de diciembre, distintas organizaciones del campo de la cultura independiente de la Ciudad de Buenos Aires convocaron una conferencia de prensa a las 10 de la mañana en el Espacio Planta, ubicado al sur de la Ciudad. Entre las principales cuestiones plantean la dificultad para encontrar un esquema de sostenibilidad viniendo de un largo período de estancamiento, teniendo que funcionar al 30% de su capacidad y afrontar inversiones muy por encima de sus capacidades para readecuar las estructuras de las salas o reconfigurar lo presencial a lo virtual, vaticinando el peor de los escenarios: tener que bajar el telón.
Los rostros detrás de esta mesa muestran una conformación heterogénea e interseccional como pocas. Quienes frecuentan salas, centros culturales y espacios comunales saben que se trata de ámbitos donde no hay derecho de admisión ni para quienes crean, ni para quienes viven las experiencias que la cultura independiente propone. Las personas que sostienen dichas actividades lo realizan con el esfuerzo cotidiano de su trabajo, tienen responsabilidades fiscales, económicas, familiares, comunales, como toda la ciudadanía. También tienen derechos, entre ellos, al trabajo. Un derecho fundamental que en nuestra sociedad funciona como garante de otros derechos como la seguridad social, la supervivencia de trabajadores y las de sus familias, la salud y la posibilidad de mantener una vida digna cuando llegue el momento de retirarse.
Asimismo, el sector cultural posee características particulares. Sus producciones o servicios como bienes poseen un doble valor económico y social, de reproducción simbólica e ideológica. Sobre esta cualidad, Juan Benbassat (GETI) resaltaba: “A lo largo de los años venimos desarrollando un camino, un lenguaje y participación social en pos de construir nuevas líneas de pensamiento crítico”. Tales actividades son puestas en valor por la sociedad luego de haber sido experienciadas, es decir se necesita primero de esa comunión con la obra, ver, escuchar, ponerle el cuerpo y crear, para luego valorarla. Por tales razones, la coyuntura provocada por la pandemia afecta de manera sensible a estos sectores. En línea con el planteo expresado en la conferencia: “les artistas, técniques y empleades, subsisten gracias a esos ingresos generados por la venta de entradas”. Además se trata de producciones que no siempre se ajustan a la dinámica de oferta y demanda; muchas veces se transforman en bien público, se vuelven motivo de apropiación y resignificación; son bienes portadores de conocimiento y de la herencia humana común, pudiendo adquirir valor patrimonial. También juegan un papel importante en el enriquecimiento de la diversidad social y cultural, y cuentan con un aspecto poco explorado que es su contribución a la seguridad social debido a su presencia anclada en lo territorial: donde hay una sala, un centro cultural, aumenta la circulación de artistas y vecines de distintos barrios, las veredas se iluminan, tanto pibes de la esquina, intelectuales, niñes y viejes cuentan con un espacio que les encuentra. No es de extrañar que la comunidad cultural hoy reunida platea al unísono que la cultura debe ser declarada como una actividad esencial.
Tal y como señala el comunicado la cultura es una entidad preexistente a las instituciones que hoy la regulan, sus manifestaciones acompañan el desarrollo social desde los inicios de la humanidad. Las artes escénicas, como otras disciplinas que se programan en los espacios culturales aportan de manera indirecta a otros sectores económicos tales como las industrias audiovisuales, la música, el sector editorial pero también actividades como el mercado inmobiliario, la electrónica, la industria textil, el transporte, entre otras. Paradójicamente, siendo actividades tan originarias no todas sus expresiones cuentan con regulación laboral como sucede en el caso de buena parte de las ocupaciones que componen la escena independiente. Dicho evento contó además con una instalación en donde se exhibieron datos elaborados por estos colectivos donde denuncian altos niveles de informalidad y remuneraciones por debajo de la línea de pobreza. Respecto a los recursos que el Estado municipal asigna al sector independiente, estos datos identifican el vaciamiento del Programa 11 Fomento a la Actividad Cultural que establece partidas presupuestarias insuficientes, no acordes a los incrementos inflacionarios interanuales y año tras año anuncia montos cada vez más acotados. A su vez, denuncian la ausencia de políticas culturales para enfrentar la crisis del sector, la falta de diálogo y el no reconocimiento de la compleja situación, señalando como principal responsable a Enrique Avogadro, Ministro de Cultura de Ciudad. Sin embargo, otros estamentos estatales sí dieron respuesta. Al respecto, Andrea Vertone (ESCENA) comenta: “en Ciudad los subsidios llegaron más tarde en cambio Nación incrementó las ayudas mediante los Podestá II y III incluso a salas que no venían recibiendo subsidios previamente”. No obstante, como en el caso de la implementación del IFE donde a los ojos del Estado salieron a luz un amplio sector de la población que se encontraba por fuera del sistema, les trabajadores culturales manifestaron que existe un grupo importante de personas que no recibieron ningún tipo de ayuda y que se encuentran en situación de gran vulnerabilidad.
Cabe señalar que en muchos casos este sector de trabajadores subsiste participando en otras labores. En muchos casos en condiciones precarias, a tiempo parcial y son quienes sostienen múltiples ocupaciones a la vez para garantizar por su cuenta y de manera privada buena parte de los recursos para generar producciones culturales propias, independientes, como las que son producto de relaciones laborales tercerizadas por empresas locales y globales del entretenimiento. Frente a la ausencia de políticas de Ciudad que contengan la situación hoy en día severamente agravada, Juan Onofri (ESCENA) sostiene: “Económicamente vamos a pérdida, nos encontramos sosteniendo los espacios desde las propias economías familiares”.
De manera unánime, referentes de las organizaciones agrupadas, afirman que la emergencia cultural de la escena independiente no se originó en la actual crisis sanitaria, sino que viene desde hace un largo tiempo, y que pese a la reactivación de muchas actividades, la cultura independiente no volvió.
Frente a lo expuesto, se originó un nuevo espacio político cultural integrado por APDEA – Asociación de Profesionales de la Dirección Escénica Argentina; ARTEI – Asociación de Salas de Teatro Independiente; ATTIA – Agrupación de Técniques de Teatro Independiente de Argentina; BARDO Contracultural; ESCENA – Espacios Escénicos Autónomos; FAAO – Frente de Artistas Ambulantes Organizados; FIERAS – Trabajadorxs Feministas de Espacios Culturales. Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries; FRENTE DE DANZA CABA; GETI – Grupos Estables de Teatro Independiente; MECA – Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos; PIT – Profesorxs Independientes de Teatro; UNIMA – Unión Internacional de la Marioneta; UTIA – Unión de Teatristas Independientes de Argentina y grupos de actores autoconvocados. Además de caracterizar su situación el espacio viene gestando estrategias colectivas como la creación de una mesa interdisciplinar de trabajo convocando a diferentes agentes de la sociedad, el reclamo por un Monotributo Cultural acorde al trabajo discontinuo; una Renta Básica Universal; tarifas de servicios públicos diferenciadas no solo para espacios de la Ciudad sino en reclamo solidario para todo el país, como así también la revisión de los requerimientos para el acceso a subsidios.