Villa Ortúzar: abre una nueva librería
10.06.2024
Naesqui, el espacio cultural con librería y café que Ignacio Iraola abrirá mañana martes, junto a otros tres socios: el abogado Pablo Slonimsqui, la fotógrafa Paula Salischiker y Alan Kritzer. Cuando compró el terreno ubicado en la esquina de Charlone y 14 de Julio, lo hizo fundamentalmente para pasar más tiempo en Villa Ortúzar, el barrio en el que vive hace 15 años pero que empezó a descubrir hace algunos menos. Primero tímidamente, cuando fue papá y empezó a frecuentar las dos plazas del barrio, a las que hasta ese entonces no había prestado demasiada atención, y con más ahínco cuando la pandemia lo obligó a circunscribirse a las cuadras que rodeaban su casa.
Iraola sintió que vivía en el mejor barrio de la Ciudad, y que su volantazo laboral –que ya venía macerando, después de pasar casi tres décadas en Planeta, los últimos 16 como director editorial– tenía que permitirle seguir en contacto con autores y artistas, y a la vez tender lazos con su comunidad inmediata. “Naesqui será una librería y un espacio cultural abierto a todos, pero el vecino de Ortúzar bien sabe que esta esquina podría haber sido una torre. Por eso es un terreno ganado que habrá que defender, habitar y militar”.
Devenido en “gestor cultural para el barrio”, como le gusta decir, Iraola tiene un plan para atraer gente al nuevo rincón: proyecta organizar Charlones abiertos una vez por mes (el primero será el próximo jueves, cuando Pedro Saborido y Rep se junten a homenajear a Quino y a Mafalda) y está curando una serie de talleres que contarán con Tamara Tenenbaum, Javier Sinay y Jorge Consiglio entre sus maestros.
Este proyecto “viene de un deseo muy personal. Durante 2020 se paró todo el circo al que venía subido hacía muchos años y, debo decir, fui bastante feliz. Me encontré en una casa que me gusta, en un barrio que prácticamente no conocía y que me empezó a parecer alucinante, con una hija a punto de cumplir dos años y una pareja con la que estaba muy bien. Y esa vida un poco más calma me empezó a gustar. La plaza era el único lugar al que podías llevar a los chicos, y cuando traía a mi hija a la calesita, acá enfrente, empecé a hacer migas con mucha gente del barrio, con otros vecinos que tenían hijos y estaban en la misma que yo. Y cada vez que pasaba por acá, miraba la esquina de la plaza y me imaginaba una librería. Y eso coincidió con un laburo de indagación que venía haciendo, y mucho trabajo con el psicólogo, preguntándome para dónde seguir mi vida profesional después de treinta años en Planeta. Y lo único que se me ocurría, por fuera de la editorial, era algún espacio cultural. No necesariamente una librería. O sí, pero una librería con espacio para clases y talleres”, cuenta Iraola.
“A mí los libros me salvaron la vida, en un montón de sentidos. Me dieron un oficio, guita para morfar, y me abrieron un mundo al que no sé cómo hubiera accedido de otra forma. Cuando yo entré a Planeta estaba Juan Forn, que fue una impresionante guía de lecturas, de cine, de viajes. Y cuando pienso en Naesqui, pienso que me gustaría que sea un poco eso: un espacio que propicie encuentros con otros, un lugar de resistencia cultural. Lo que fui descubriendo es que Villa Ortúzar es un barrio muy cultural: acá viven Virginia Innocenti, Daniel Melingo, Samalea, Pergolini, hay muchas productoras de cine, hay gente vinculada al teatro. Y es un barrio que, medio desordenadamente, fue armando una especie de polo editorial. Por acá están Godot, Carbono, Del Nuevo Extremo, las oficinas de FILBA, la FED, está Porter, la imprenta donde imprimen muchas editoriales del circuito independiente. La zona es, además, muy estratégica: estás a tres minutos de Colegiales, a tres de Chacarita, y me parece que lo lógico es que el derrame cultural venga hacia acá”, continúa el gestor cultural.
“Así como en Planeta no me decía editor sino publicador, ahora tampoco me considero librero. Sobre todo porque tengo un respeto grande por ese oficio. Librera es Cecilia Fanti, libreros son Fernando Pérez Morales, Pablo Braun o Axel, que va a llevar la librería de Naesqui. Yo soy, en todo caso, gestor cultural de un espacio que también tendrá su librería. Para mí, la Ley del libro es una ley que iguala”, enumera Iraola.
“Yo que soy un cuasi dinosaurio, creo que el libro de papel, igual que la rueda, es un invento perfecto. Y defiendo el papel por una cuestión de gustos. Pero lo que creo, sobre todo, es que la gente tiene que leer. Mientras la gente lea, no importa mucho en qué formato. Lo importante sigue siendo crear lectores. Y creo que el formato digital, lejos de comerle al papel, lo que va a hacer es sumar adeptos. En Estados Unidos, el mercado en el que más creció en consumo digital de libros, lo que ves es que los títulos que más se venden en formato digital son los bestsellers, los libros estilo “50 sombras de Grey” que en un momento salvó a la industria, y permitió que se publiquen muchas otras cosas”, relata el vecino de Ortúzar.
“Después de la pandemia, las papeleras se volcaron mucho más que antes a la fabricación de cartón o al papel para encomienda, y dejaron directamente de fabricar papel para diarios, revistas y libros, y eso generó que queden solamente dos oferentes. La situación en la que estamos es esta: un oligopolio bicéfalo. Dos empresas que ponen los precios que se le cantan y los suben si sube la inflación, si sube el dólar, si el dólar se queda quieto. Y eso obliga a las editoriales a un esfuerzo enorme para seguir produciendo y para seguir sosteniendo a sus empleados. Sin políticas estatales que ayuden, la situación es difícil de revertir. Pero creo, también, que es momento de bancar. Porque, incluso en este contexto de recesión absoluta, Planeta y Random House, por citar a dos empresas grandes que tienen alrededor de cien empleados cada una, no tuvieron un solo despido. Yo creo que las editoriales son empresas muy dignas. Y entiendo que el precio de los libros está muy alto, incluso más que en México y en España, en algunos casos. Pero, ¿cuánto sale un bife de chorizo en una parrilla top de Palermo? Seguro que bastante más que un libro. Y un libro te queda para toda la vida”, concluye Iraola.