El barrio porteño de Mataderos vibró con la 37 edición del Ciudad Oculta Rock
6.6.2022
Mataderos no solo es símbolo de frigoríficos históricos, laburantes que salen de madrugada o muchos otros que por la maldita e interminable crisis económica que producen todos los gobiernos (“aquí no se salva ni Dios”, suele cantar un rapero de la zona) se las arreglan como pueden para meter un hueso en la olla.
Mataderos es una República independiente en sí misma, con las doñas regateando en los almacencitos de la zona para que no le corten el fiado, con los pibes pateando la pelota en las calles más despobladas de vehículos, con la hinchada de Nueva Chicago haciendo equilibrio en los tablones o poniendo el cuerpo contra la cana cuando pinta brava la mano. Con una historia de jornadas gloriosas, como cuando Sebastián Borro y otros 9 mil laburantes como él, tomaron en 1959 el Frigorífico Lisandro de la Torre y en una patriada inolvidable enfrentaron, con todo el barrio alzado en bronca, los tanques Sherman de los milicos.
Mataderos sigue siendo a pesar de los pesares, un enclave peronista, pero de un peronismo bien de base, inexistente en los que hoy mandan, y por eso es que a la bandera negra y verde de Chicago algunos memoriosos de tiempos mejores. le suelen agregar ese escudo que se hizo famoso en los años 50 y que les ponía los pelos de punta al gorilaje.
Mataderos es todo eso, pero también es rock barrial, que trepa desde los adoquines, se enreda en los cuerpos, hace yunta con la viola y se asienta en las gargantas para acariciar o estremecer a quienes ponen el oído en cualquier esquina. Rock de abajo, con nostalgia de esas fábricas que ya no están o en homenaje a todos esos pibes a los que la yuta les abrió un agujero en la frente por manotear algún reloj ajeno, intentando achicar provisionalmente la miseria.
Todas esas latencias y muchas más se resumieron este domingo en la 37 edición del Ciudad Oculta Rock, un concierto trajinado por «los mismos de siempre”, como en cada barrio, que le fueron poniendo el hombro para que no se extinga. La fecha de convocatoria siempre son los 25 de mayo, pero esta vez tocó lluvia y lo tuvieron que postergar hasta este domingo soleado. Así treparon al escenario las mejores y más aguerridas bandas de estos tiempos, desde la Rica Lewis hasta Nagual, pasando por La Huesuda, Banda Dragón, Verdugos Blues, La Bella Época, Quenco, San Castellano, Etiqueta y Fer Pita.
El regalo de apertura, fueron Los Gardelitos, que hicieron solo un tema, disfrutado a gusto por los más tempraneros.
La concurrencia es algo que merece párrafo aparte. No faltaron todas esas tribus que palpitan el rocanrol desde siempre, las nuevas generaciones que no pudieron conocer a los Rolling y a los Beatles pero a los que se les eriza la piel con el riff del violero de La Huesuda o con la armónica blusera de Verdugos. Pero tampoco faltó una auténtica fauna de veteranos de toda veteranía, pelilargos canosos, con potentes borcegos y enfundados en sus camperas negras de cuero, con tachas casi oxidadas de tanto traqueteo. Y qué decir de esas pibas, maduras en edad pero no en espíritu roquero. Ninfas celestiales que no dudaron en sumarse al pogo colectivo cuando Nagual hizo temblar de pasión y música a la Avenida Eva Perón donde se montó el escenario.
Fue una fiesta de aquellas, con la multitud agitando banderas que marcaban procedencias bonaerenses o el nombre de la banda favorita, con abrazos interminables de aquellos que se reencontraban después de tanto tiempo, con los choris en la parrilla acompañados de mucha birra para animar aún más una tarde luminosa. Y el rock como vínculo de unión, como coraza para achicar el pánico de una realidad que golpea por todos los rincones. Con denuncias al gatillo fácil o evocaciones necesarias a los que siempre estuvieron y ahora “nos alientan desde arriba. Con el Oso, el bajista de Rica Lewis y otros como él, armadores natos de estas y otras movidas, tipos solidarios como pocos. El rock que une y dispara balas de sonidos metaleros y de los otros.
Ciudad Oculta Rock: anoten ese nombre para que cuando llegue mayo del 2023 no se les olvide darse una vuelta. Es en Mataderos, un barrio que sigue luchando para no perder su identidad de clase.