31.7.2017
Juan Pablo Francia / Mauro Ramos / Martin Rocca – ETER
El club se caracteriza deportivamente por tener a uno de los mejores equipos de Futsal de Argentina y del mundo. En 2005 obtuvieron su primer título y hasta el 2011 dominaron la escena del fútbol de salón local.
El corazón del club
Una chica sobre patines cruza la puerta y se acerca al mostrador. Atrás de ella, un grupo de pibes, transpirados y con bolsos, entra a los gritos. Sin escala, se van hacia las heladeras para elegir alguna bebida. El bullicio tiene explicación: las mesas del salón rebalsan de familias, y el ruido del ambiente suena a barrio.
De la puerta hacia afuera, se escucha el pique de las pelotas contra el piso, el rechinar de zapatillas y botines, y los gritos, con eco, de directores técnicos, profesores, y chicos: “¡Mía! ¡Vos, vos, vos!”. Todo se acompasa con la orquesta de platos y cubiertos, al ritmo del almuerzo.
Son las dos de la tarde de un sábado nublado, y el buffet del Club Social y Deportivo Pinocho se pone a tono. “Hay gente que viene de otros clubes y tiene admiración por la buena atención, la calidad de la comida y los precios”, cuenta, desde la mesa más cercana a la caja, el dueño. Horacio Gandini tiene 69 años, y hace 22 que maneja el negocio: “Somos una familia. La gente es la misma de siempre. El mozo hace 20 años que está conmigo. Además, está mi cuñado, mi hija, y hay otras cinco chicas trabajando”. Y agrega: “Yo siempre digo que el buffet es el corazón del club. No sólo en éste, sino en todos”.
Pinocho quiso, al igual que el protagonista de la historia a la que le debe su nombre, ser real. Pero el cuento de éste club no es de fantasía. Acá, la realidad se transforma con trabajo: tiene más de dos mil socios, y la actividad social es igual de numerosa. Básquet, fútbol infantil, taekwon-do, patín, voley y gimnasia. Posee, también, una pileta apta para temporada de verano e invierno, y una zona de quinchos y parrillas. Además, en Futsal, Pinocho es el club más importante del país.
La carta del buffet -más bien en forma de folleto- muestra desde pastas hasta milanesas, pasando por pizzas, sandwiches y empanadas. Los precios -retocados y modificados en lapicera- se alejan de los que se pueden ver en la calle. Es que dentro de Pinocho, la única inflación es la del sentido de pertenencia. “El club, como sociedad deportiva, es maravilloso. Yo creo que, de Capital Federal, es uno de los mejores”, afirma Horacio, mientras le señala a un chico dónde están las papas fritas.
Las paredes exhiben camisetas enmarcadas y, por encima de la barra, redunda un cuadro del pinocho de madera. La gente saluda a Horacio casi como a un familiar: “Cuando voy al banco o a la carnicería, a mi me dicen pinochito, porque el club es muy conocido”.
El llanto de un bebé sobrepasa la bulla permanente, y Horacio se ríe. Cuenta que, de alguna forma, siente que es una especie de abuelo de muchos chicos, y reconoce que le resulta emocionante verlos crecer: “Acá hay chicos que ya son muchachos de 30 y pico de años, y yo los conozco desde que empecé, cuando ellos tenían diez”. Y amplia: “Yo hablo con todos los pibes, y los vuelvo locos a todos. Eso acá está a la orden del día. Muchísimas veces les digo que si hacen un gol, les regalo un alfajor, o les hago alguna apuesta”.
La pizarra en los pasillos del club anuncia que la jornada de fútbol infantil arranca a las tres de la tarde, y ya son menos cuarto. El mozo encara hacia la mesa para llevar los sanguches, y los pibes, apurados, comen y toman al mismo tiempo. En apenas un rato deberán salir a la cancha para defender los colores. “Pinocho es el corazón del barrio, y el buffet es el corazón del club. Sea donde sea, vos decís Urquiza, y te dicen Pinocho”, aclara Horacio, mientras se levanta de su silla. Cuando suene el silbato, como siempre, él va a estar ahí para verlos jugar. Eso sí, con papel y lapicera para tomar nota. Es que a cada gol, corresponde un alfajor.
Lihuel Orlando: “lo más importante que tiene este club es la identidad”
Manuela Pedraza 5139, barrio de Villa Urquiza. De un portón de lo que, a simple vista, pareciera ser la fachada de una casa entra y sale gente continuamente. Sin embargo, basta levantar la vista para entender lo que un poco se puede presumir. Club Social y Deportivo Pinocho se adivina por las iniciales que anteceden al nombre del club.
Es que algún incrédulo no se animará a creer que, puertas adentro, cuando de la pelota número cinco se trata, podemos encontrar más títulos que en River, Boca, Independiente, Racing o San Lorenzo. Son catorce, más precisamente, los que hacen de Pinocho el conjunto más grande del futsal argentino. ¿Cómo se explica esta hegemonía futbolística frente a las potencias institucionales?
Es sábado y Lihuel Orlando llegó en su Beta BS 110 que dejó metros antes de la puerta de entrada. Es arquero de la primera división, técnico y formador del fútbol masculino y femenino del club. Adentro, algunos chicos están ansiosos.
Corretean por el pasillo, gritan, juegan entre ellos. Muchos, con las camisetas de sus clubes de primera, con un sueño que recién se asoma por el horizonte. Otros, parecen más empujados por los padres, que desean que se empiecen a enamorar de ese objeto redondo, ese que junto a sus cortas piernas parece imponente.
Claro, muchos ni siquiera han arrancado el primario, pero ¿existe un día para arrancar con la pelota? El entrenador, vestido íntegramente con el equipo del club, pasa entre algunos de ellos mientras reparte saludos. Algunos, ya lo ven como un referente; otros simplemente como el que pondrá fin con la ansiedad por verla rodar. “Cada edad tiene su objetivo. En la escuelita primero hacemos hincapié en la coordinación. Es imposible que un chico sepa patear bien si no sabe correr. Después, les enseñamos a controlar la pelota, pasarla bien y rematar firme para que lleguen a infantiles con los conceptos básicos adquiridos”, cuenta Orlando luego de despedir a los 31 chicos de la clase de las 12 del mediodía.
Pero detrás de cada pequeño que corre detrás de la pelota hay una familia, un contexto, una historia. Si bien son muchos, Lihuel camina las tres mini canchas que diagramó con sus colaboradores, no sin tomar nota de cada aspecto en su planilla. “Trato de coordinar el trabajo con los demás profes. Todo que hacemos es planificado. Cuando hay chicos que tienen problemas de conducta, tratamos de hablar con ellos. Estamos encima de lo que es el colegio, les pedimos los boletines. Los padres lo primero que te dicen es `lo dejo sin fútbol´ y la verdad, es que nosotros no estamos tan de acuerdo con eso”, comenta quien arribó al club por sus dotes de arquero, pero también por su capacidad como formador.
Sin embargo, hay algo más que distingue a este club de barrio de entre los demás. Algo que hace que su nivel en futsal sea superlativo y que su supremacía con respecto a los gigantes institucionales se mantenga a lo largo de los años. El joven entrenador parece tener la respuesta: “yo creo que lo más importante que tiene este club es la identidad. El 90 por ciento de la gente que entra en este club se enamora del lugar. Los padres dejan a los chicos sabiendo que están en un lugar seguro”, y finaliza: “nosotros los profes tratamos de inculcarles que vengan a alentar a los mayores. Así se hacen hinchas, incluso hacen amigos de otros deportes, identifican al club como su segunda casa y después ya no se quieren ir más”.
Historia
La historia del club Pinocho se inició como la mayoría de los clubes de la época. Jóvenes entusiastas, deportistas y con sueños de tener un lugar, su lugar para practicar deportes. El 20 de julio de 1925, Don Félix Zugazti, con 16 años reúne a un grupo de chicos de entre 10 y 12 años en el fondo de su casa, en Colodrero 3433, Villa Urquiza. Esta locación es la misma donde actualmente se encuentra el Club Social y Deportivo Pinocho, aunque al principio se llamó: Pinocho Football Club.
El nombre Pinocho surgió por el fanatismo que estos chicos tenían con el famoso muñeco de madera. Zugazti se hizo cargo de comprar las camisetas (rayas verticales verdes y blancas), pelotas, el sello social y él solo se haría cargo de los gastos del club. El primer partido disputado fue en agosto, sólo un mes después, contra “El Dólar”.
Cuando la alegría de poseer su espacio y de comenzar a construir el futuro del club, un inesperado rival surgió en el barrio de Flores. Otro club llamado Pinocho. El 6 de diciembre de 1925 se disputó un partido de fútbol para decidir quién se quedaba con el nombre “Pinocho”. Los de Villa Urquiza le ganaron 4 a 1 a los de Flores y de esa manera conservaron el nombre.
El 11 de junio de 1926 se realizó la primera asamblea y se designaron los miembros de la comisión de directiva. En dicha asamblea se tomaron dos decisiones fundamentales. La primera es que definieron la insignia que los acompañaría, su escudo. En el escudo estaba Pinocho pateando una pelota. Y segundo, una curiosidad: quienes querían asociarse no deberían pagar ninguna cuota mensual. Para ser admitidos tenían una cláusula muy particular: “Saber contar el cuento de Pinocho”.
Todo fue aceptado y se definió que, Don Félix Zugazti sería su Presidente y él fue quien designó al capitán y al subcapitán del equipo.
Futsal y después
El club se caracteriza deportivamente por tener a uno de los mejores equipos de Futsal de Argentina y del mundo. No es la única disciplina que se desempeña en sus gimnasios. Poseen además del fútbol sala, básquet, vóley, patín, gimnasia artística y taekwondo. Otras actividades de Pinocho, no federadas, son boxeo y natación. El equipo de Futsal se incorporó en 1999 y en 2001 ascendieron a la Primera División. En 2005 obtuvieron su primer título y hasta el 2011 dominaron la escena del fútbol de salón en Argentina. En 6 años consiguieron la increíble cantidad de 12 campeonatos ganados.
También ostenta un récord difícil de superar: estuvo 111 partidos sin conocer la derrota, más de 3 años de manera invicta. En 2007 fue galardonado como “El Mejor Equipo del Mundo 2007”, un premio otorgado por la conocida marca de ropa deportiva Umbro. Muchos de los jugadores más destacados de Futsal han salido de Pinocho y algunos de ellos estuvieron en el plantel campeón del mundo en Colombia 2016.